De camino a su pediatra, la pequeña de 8 años le pregunta al padre si la curiosidad es “algo bueno”. Tras recibir una respuesta positiva, casi de forma automática, la niña le relata el cuento del bosque mágico en donde todos sus habitantes vivían en armonía hasta que un pequeño castor, rendido ante tanta curiosidad, abrió la caja roja que estaba en medio del jardín de rosas dejando escapar así todos los males atrapados por siglos en ella. El roedor no escuchó el pedido del anciano búho: "¡Que nadie abra la caja!”. “Por curioso, armó desastre...”, remató la pequeña de ojos grandes y brillantes.
En tanto, una madre comenta al amigo que el problema de las drogas en los colegios está cada vez más extendido en nuestro país, y que muchos padres intentaron enfrentar el problema controlando las fiestas en las que participan sus hijos adolescentes, hasta que se dieron cuenta de que era una misión imposible; la solución va por otro lado.
Ambos sucesos vividos en primera persona, y aparentemente sin conexión alguna, invitan, sin embargo, a reflexionar sobre aspectos comunes: el uso de la razón y la educación en la libertad.
En estos tiempos en que la “emergencia educativa” vuelve a ocupar espacios en la prensa, tras la crisis que culminó con la salida de la titular del MEC, urge considerar estos elementos como vitales a la hora de plantear la cuestión.
En este sentido, la curiosidad –volviendo a nuestro ejemplo– es un elemento positivo y muy necesario para el aprendizaje y crecimiento de la persona. No obstante, sin el filtro adecuado de la inteligencia y la razón también puede convertirse en un factor en su contra. Y serán esos dos factores los que permitirán al chico dejarse llevar por la curiosidad o descubrir si vale o no la pena abrir la caja.
De igual forma ocurre con las drogas y los estudiantes. Es imposible pretender anular por completo la exposición de nuestros jóvenes a estos productos de muerte; en algún momento tendrán la ocasión de elegir. Por ello, solo la formación en el juicio de valor, en su capacidad de vislumbrar aquello que vale la pena, más allá de la presión de los amigos, en su disposición a escuchar a quienes lo aman, lo que les permitirá a estos chicos hacer lo correcto y responder a esos deseos de felicidad que su corazón y el de todo humano grita en su interior. No se trata de infundir miedo ante la caja del bosque, sino de desafiar la razón de cada joven o niño, sin olvidar que la libertad sirve en la medida en que uno sabe “adónde se desea ir”.