24 abr. 2024

Promesas

Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

Las cuestiones que tienen que ver con la salud o la educación son en apariencia muy sensibles para todos; sin embargo, en la realidad no pasan de ser meros pretextos para conseguir ventajas particulares para sus actores, pero nada para beneficio colectivo. Veamos. Todos estamos de acuerdo con que la inversión en educación es baja y que debe duplicarse por lo menos, pero si esa idea no está asociada a un mejoramiento de la calidad de los maestros, optimización de la infraestructura, la adecuación de la currícula a los grandes desafíos del momento o el uso de la tecnología de manera apropiada, de nada servirá un 6% y no la mitad como hasta ahora.

La educación es en grado de interés real en tiempos de campaña, está ubicada más de allá de las quintas prioridades para la gente, pero políticamente es lo que se llama un tema sexy.

Cuando se presentan los hechos concretos de alumnos que no saben leer ni escribir habiendo pasado por cinco años en las escuelas o que a los maestros esté prohibido aplazar y menos osar que repitan el año vemos que en verdad la educación no es importante para nadie. No lo es para los administradores, profesores, padres ni alumnos. La cuestión es que la escuela alimente, contenga, evite que se esté en la calle, pero no es que enseñe o sea el sitio para aprender. Consecuencia de todo esto es una gran desmoralización del oficio de enseñar, desapego al aprendizaje y simular que nos importa el tema cuando en verdad la educación es una cuestión absolutamente secundaria en la realidad cotidiana. Ahora si todos debemos simular su trascendencia incluso en el presupuesto, donde veremos que los niveles de ejecución anuales son menores al 70% del 3% del PIB que se coloca en esos números que constituyen ley de la Nación lo que significa que el no cumplirla es un tema grave para el que no existen sancionados en ningún caso. Los únicos aplazados: la patria que está en el último lugar de educación en el mundo y a nadie le importa, y los jóvenes y niños, que se manifiestan porque les late que serán la primera generación de paraguayos que no superarán a sus padres. Intuyen lo que se viene y se manifiestan como las enfermedades de manera capilar cuando la enfermedad es más grave y compleja en los órganos interiores.

Con esta realidad cualquier promesa es válida. A este Gobierno no le cuesta nada decir que duplicará la inversión total, el Congreso le puede dar largas al asunto y de por ahí si lo acepta no existe nada que los compela a cumplirla.

Estamos en tiempos electorales; el presidente no manda nada a partir del 22 de abril y el que haya ganado no asumirá el control hasta el 15 de agosto de 2018. Se encontrará con las arcas vacías y deberá administrar nuevas promesas para el siguiente año y así sucesivamente hasta la siguiente elección.

La cuestión es dar largas al asunto, rodearla de intrascendencia, aprovechar el momento electoral, padecer a un ministro camandulero y promesero, al que no le va ni le viene nada de lo que diga o deje de decir. Riera ha perdido el pudor y, como la educación, simula algo que no es.

Promesas más o menos para una cuestión trascendente como la educación a la que algunos creen que se la mejora con solo repetir su nombre para alcanzar logros mágicos. Ella es resultado del compromiso ciudadano, la responsabilidad de los administradores, el convencimiento colectivo de su valor y la trascendencia personal del legado hacia el futuro.

Sin nada de esto, la cuestión se reduce a promesas de las que ya se sabe está empedrado el camino del infierno.