No es un reality, sino esa máxima expresión de la infamia humana: la prohibición de amamantar bebés en un shopping (y en otros sitios públicos) que se destapó en estos días.
El caso, que no es el primero y que viene incubándose e imponiéndose silenciosamente desde vaya uno a saber cuándo, no hace más que exponer la nauseabunda doble moral de nuestra sociedad que no atraviesa su mejor momento en cuanto al respeto a otro ser humano.
El hecho conocido, que se dio en el Shopping del Sol, es uno en una lista que sigilosamente viene abultando y callándose por la impotencia de las madres que se ven abrumadas al extremo por semejante atropello o porque sencillamente existe complicidad entre directivos de los locales donde suceden estas aberraciones y las autoridades que deberían velar por estos derechos colectivos.
Nada justifica ni justificará prohibir que una madre amamante a su bebé en un espacio público o privado. Posiblemente es de esos actos universales irreprochables, indiscutibles y comunes a todas las culturas del planeta; de esos momentos humanos que si es atacado se está cometiendo la peor de las inmoralidades.
El debate en torno al tema discurre por diversas aristas. Lo principal es el derecho inalienable del niño/a a recibir alimentación; en este caso, la mejor comida del mundo, como lo promueven los propios organismos sanitarios internacionales por su alto valor nutricional, inmunológico y emocional, que ningún otro suplemento posee. El lugar y la hora no importan. El amamantamiento jamás será un acto impúdico ni exhibicionista, ni mucho menos desagradable. ¿O por qué creen ustedes que hasta el Código Laboral protege este derecho?
Por algo la Organización Mundial de la Salud recomienda el amamantamiento por lo menos hasta los 2 años, de los cuales los primeros 6 meses la leche materna será el exclusivo alimento del bebé.
En este debate –infundado, improcedente e innecesario–, una de las cosas sorprendentes es la actitud de reproche que asumen ciertas mujeres que son justamente las encargadas de parir y dar el pecho. La falta de respeto a ese acto exclusivo de madre e hijo es un síntoma notorio de insolidaridad e inhumanidad.
Usando algunas ideas de Lennon, esta se está convirtiendo en una sociedad que pretende obligar a las madres a esconderse para amamantar a sus hijos, pero permite que los hombres públicos y privados sigan chupándose las tetas del Estado, ante todos nosotros, en un lascivo despliegue de indecencia y corrupción.