La recesión económica que atraviesa el Brasil se perfilaba ya desde el 2014 y el año pasado fue declarada de manera oficial. A este desalentador panorama, que supuso un frenazo para la economía regional, se le sumó la inestabilidad política, por el hecho de que la primera mandataria del país hermano, Dilma Rousseff, soporta desde el pasado mes de diciembre un incierto proceso de enjuiciamiento político de impredecibles consecuencias.
Pero no es solamente su presidenta la que se encuentra en la cuerda floja, es toda la estructura del oficialismo la que es sacudida por casos de corrupción que afectan seriamente al gobernante Partido de los Trabajadores y salpican incluso a uno de sus propios fundadores, el ex presidente Lula Da Silva.
Nadie aquí puede concebir la idea de que la recesión brasileña nos “beneficia”, puesto que podría suponer la llegada “masiva” de industriales y/o empresarios del vecino país. En primer término, la economía paraguaya ya recibió los ramalazos del retraimiento económico del Brasil, lo cual quedó demostrado en la progresiva disminución del crecimiento registrado aquí el año pasado y las previsiones no tan positivas para el actual.
Por lo demás, el Paraguay tiene una alta dependencia comercial del vecino país, algo que puede agravar el impacto de la crisis económica en nuestro propio modelo productivo. La historia se ha encargado de demostrarnos en innumerables ocasiones que cuando Argentina o Brasil estornudan, Paraguay y Uruguay –las economías menores del Mercosur– se resfrían.
Efectivamente, la devaluación del Brasil en 1999 y la severa convulsión económica y política registrada en Argentina en 2001 dejaron muy severas consecuencias en el Paraguay, que llegó a encontrarse a un paso de default al culminar el gobierno del presidente Luis Ángel González Macchi. En efecto, de aquella época data la crisis nunca definitivamente resuelta que atraviesa el Mercosur.
Por muy grande y poderoso que sea el Brasil, la globalización también se encargó de enseñarnos que la interdependencia es un fenómeno inevitable del proceso de mundialización que vivimos en el presente. Este es, pues, un momento para que el Mercosur active sus mecanismos de cooperación política para acudir en auxilio de su país miembro de mayores dimensiones geográficas, ayudándolo a superar la severa inestabilidad que atraviesa, haciendo un seguimiento cercano del proceso que se desarrolla, cuidando que los actores electorales cumplan con las normas establecidas en las prescripciones de su propia Constitución.
El Mercosur tampoco puede darse el lujo de presentarse en las negociaciones internacionales de integración económico-comercial con otros países o grupos de países de la mano de un líder debilitado por una crisis que cada día trae aparejadas nuevas sorpresas e imprevisibles resoluciones.