Volvimos atrás y nos pusimos a su lado.
Eran dos madres, hermanas de 24 y 18 años. No había tres niños chicos, sino cinco. El menor de todos dormía en el suelo del carrito entre botellas vacías.
Me emocionó tanto todo esto que las invitamos (además de las dos madres que venían con nosotros) para hacer todos juntos el programa de radio.
Y hablaron y nos contaron su historia. La madre había muerto cuando la mayor de ellas era adolescente y ella tuvo que hacer de madre viviendo con la abuela. Años después se independizaba con noveno grado y comenzó a trabajar. Más tarde los tres hijos. Uno de los hijos de la más pequeña tenía epilepsia.
“La vida es muy dura y hay que luchar” y me hablaba con una viveza extraordinaria mientras daba de mamar al más chico, lo mismo que su hermana menor.
“A los que tienen plata les pido que nos den trabajo. Pero trabajo bien pagado y que no abusen de nosotros pagándonos una miseria”. Y seguía hablando con una paz y madurez grande, sin ningún odio ni nada por el estilo contra la otra clase social.
“Venimos con nuestros hijos porque no tenemos donde dejarlos para que los cuiden bien”. Ellas suelen salir a las 9.00, y hay veces que vuelven las dos con sus cinco niños a las 18.00. Reventados ellas y ellos. “El día que no salimos no hay qué comer”.
Personalmente las declaro merecedoras del Premio Madre 2017. Premio honorífico, porque no tengo cómo darles de lo que necesitan.
Y felicito hoy a todas las madres del Paraguay. Son nuestra reserva moral.