16 abr. 2024

Periodistas en Somalia, víctimas del fuego cruzado entre Gobierno y Al Shabab

Nairobi, 3 may (EFE).- Una de las cosas que Abdalle Mumin recuerda de sus días como periodista en Mogadiscio son los funerales: hubo un año en que vio enterrar a diez colegas, víctimas de la guerra que Al Shabab y las autoridades libran en Somalia por controlar la información.

El periodista somalí Abdalle Mumin, perseguido por el Gobierno de su país y por el grupo yihadista Al Shabab, oculta su rostro al trasluz de una ventana. Mumin, que colaboraba para medios internacionales como The Guardian o The Wall Street Journal, se exi

El periodista somalí Abdalle Mumin, perseguido por el Gobierno de su país y por el grupo yihadista Al Shabab, oculta su rostro al trasluz de una ventana. Mumin, que colaboraba para medios internacionales como The Guardian o The Wall Street Journal, se exi

“Si en 2014 me hubieras preguntado si me planteaba irme de Mogadiscio, te hubiera dicho que no”, explica a Efe Mumin, que colaboraba para medios internacionales como The Guardian o The Wall Street Journal.

Hasta que intentaron matarlo: a finales de aquel año, dos hombres le dieron alcance mientras conducía por la capital somalí y dispararon contra su vehículo, pero escapó ileso.

Al día siguiente, este periodista de 32 años dejaba a su esposa, sus seis hijos y su carrera para exiliarse en Nairobi.

Asesinatos, ataques y amenazas son lanzados diariamente contra los profesionales de la información en Somalia, tanto por los yihadistas de Al Shabab que luchan para imponer un estado islámico en el país como por las autoridades que les combaten.

Si los radicales ven un enemigo a abatir en cualquier periodista que trabaje para medios públicos u occidentales, el Gobierno realiza detenciones, cierra periódicos y radios y comete crímenes para acallar voces contrarias a su gestión, revela un informe de Human Rights Watch (HRW).

“Y los ataques a periodistas van a aumentar con el proceso electoral en marcha”, advierte a Efe la investigadora para África de HRW Laetitia Bader, autora del estudio hecho público hoy sobre la falta de libertad de expresión en Somalia.

“Muchos periodistas ya están saliendo de Somalia”, agrega Mumin, quien asegura que Mogadiscio es un campo minado para quienes intentan informar mientras el Gobierno presiona para ocultar la mala organización de las elecciones de finales de 2016 (sin voto universal) y los terroristas siembran “el caos”.

Solo en Eastleigh, el barrio somalí de la capital keniana, viven exiliados cerca de 80 periodistas. “Ya casi hay más que en Mogadiscio”, bromea.

No en vano, éste es uno de los países más peligrosos del mundo para ser periodista: 41 han sido asesinados desde 1992, 22 de ellos desde 2012, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés).

La libertad de expresión, que celebra hoy su día internacional, sigue siendo una quimera en un país que ocupa el puesto 167 de un total de 199 en el índice elaborado en 2016 por Reporteros Sin Fronteras.

El CPJ sitúa a Somalia a la cabeza de los países donde los asesinatos de periodistas no son investigados, ni siquiera los cometidos por Al Shabab, porque "¿cómo van a protegernos si no tienen capacidad ni para proteger a sus parlamentarios?”, apunta Mumin.

Al Shabab atenta casi diariamente en Mogadiscio, y entre sus objetivos más frecuentes figuran instituciones políticas como el Parlamento e incluso la sede gubernamental, Villa Somalia.

A Mumin también le intentaron matar los terroristas por publicar un artículo sobre las divisiones que había ocasionado en el seno de Al Shabab la muerte de su entonces líder, Ahmed Godane.

Pero en el pasado también había recibido amenazas de las autoridades de Puntland (en el norte de Somalia) por hacer un reportaje sobre las inhumanas condiciones de sus cárceles, y también del Gobierno en Mogadiscio tras informar de abusos sexuales cometidos por la Policía.

“Siempre estaba preocupado por mi vida, sobre cómo se podían torcer las cosas, por mi familia”, relata.

Ahora que ha logrado traer a su familia a Nairobi y espera un visado para poder mudarse a Estados Unidos, no está mucho más tranquilo.

Usa cinco tarjetas de teléfono (“así nadie puede rastrear mi situación”), se desplaza en cinco vehículos distintos (“para confundir a quien me quiera seguir”) y hace poco se cambió de barrio, después de que un hombre que no conocían llamara a la puerta de su casa.

“Si descubren que no tienes seguridad, a la mañana siguiente vienen y te matan”, afirma.

Desirée García

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