No es ninguna casualidad que el Día del Periodista en Paraguay se conmemore en una fecha que amalgama episodios buenos y malos; alegres y tristes. La heroica publicación del primer número de El Paraguayo Independiente, el 26 de abril de 1845, para defender la soberanía nacional; y el cobarde asesinato de Santiago Leguizamón, en 1991, por denunciar a criminales; son una prueba de que el periodismo nacional siempre estuvo inmerso en una constante lucha. De hecho, ese es su fin. Ser un instrumento que ayude a la población, que muestre lo que no se quiere mostrar y que diga lo que algunos no quieren que se diga.
Gabriel García Márquez, al riesgo de herir susceptibilidades, aseguró en 1996 que el periodismo era el mejor oficio del mundo. Pero el premio Nobel de Literatura no se quedó en halagos y recordó que esta profesión requiere mucho compromiso y dedicación. Gabo ya avizoraba que se venían nuevas formas de hacer periodismo (las tecnologías emergían), pero que su esencia debía seguir siendo la misma. Esto atañe no solo a los cronistas, sino también a los holdings, a las empresas.
Durante toda su existencia, el periodismo paraguayo luchó batallas externas e internas. Por supuesto, esa realidad hoy no varió. Es bastante normal que los periodistas encontremos obstáculos a la hora de informar sobre hechos que afectan a los gobernantes de turno. Pese a quien le pese, la prensa y el poder no pueden ir de la mano. El periodismo es una herramienta de contrapoder por naturaleza. Tiene la noble misión de informar a todas las personas desde todos los ángulos, exhibir las luces y las sombras. No solo desde el recoveco que interesa a unos pocos.
El problema ocurre cuando las barricadas se montan dentro del propio medio. Cuando se tienen escenarios de censura o, peor aún, despidos por disparidad de criterios, estamos hablando de ir matando lentamente la esencia del periodismo. El comunicador social es curioso, molestoso, insistente, insaciable y hasta puede parecer maniático. Pero esto se retribuye, en la mayoría de los casos (porque siempre hay excepciones), con lealtad, sacrificio, dignidad y mucho esfuerzo, por lo que merece un mejor trato. Por ejemplo, por más de que el periodista gane poco, va a cumplir con su labor, aunque tenga que ingresar a las 8.00 y salir a las 23.00. Está comprometido con su trabajo, puesto que sabe que su fin es la gente, no el político ni el dueño del holding. Lastimosamente, en los últimos tiempos, muchos se han aprovechado de esta vocación.
Los grupos empresariales que manejan los medios deben entender que el periodismo lo hacemos todos. Detrás de un periodista hay un extenso equipo y cortar recursos (de todo tipo) por recelo o mezquindad, solo deteriora la calidad del producto. No se construye la realidad nacional amenazando a la prensa ni, mucho menos, se calla a la ciudadanía callando a los periodistas. A fin de cuentas, el motor periodístico es el pueblo. Feliz día, colegas.