25 abr. 2024

Perdón por perdonar

Por Carolina Cuenca – ccuenca@uhora.com.py

Carolina cuenca

Surgieron varios comentarios sobre el permiso especial que ha dado el papa Francisco a los sacerdotes para perdonar directamente ellos –sin acudir al obispo como es habitualmente– el pecado del aborto a quienes se acerquen a la confesión en el Año de la Misericordia.

Como estamos en tiempos de verdaderas guerras de redefiniciones y tergiversaciones para imponer una mirada del mundo con el fin de evadir la realidad o simplemente cambiarla a fuerza de autoconstrucciones lingüísticas, sería bueno recomendar la lectura de aquel valioso escrito de C. S. Lewis titulado El perdón y otros ensayos cristianos. Un verdadero genio del Magdalen College de Oxford, a quien nadie se atrevería a juzgar de ingenuo, irracional o supersticioso.

Con toda claridad Lewis explica: “En la iglesia (y en otras partes), afirmamos muchas cosas sin pensar lo que estamos diciendo. Por ejemplo, al rezar el Credo, decimos ‘Creo en el perdón de los pecados’. Creemos que Dios perdona nuestros pecados, pero también que no lo hará si nosotros no perdonamos a los demás cuando nos ofenden. Dios no nos pide perdonar los pecados del prójimo solo si no son en extremo graves o cuando existen circunstancias atenuantes; debemos perdonar todas las faltas, aunque sean muy mal intencionadas, ruines y frecuentes”.

Primera aclaración, difícil dimensionar lo que es una confesión de “pecados”, si ni siquiera creemos que existe un Dios personal o que haya realmente una diferencia entre hacer el bien o el mal.

“Perdonar es decir: ‘Sí, has cometido un pecado, pero acepto tu arrepentimiento, en ningún momento utilizaré la falta en contra tuya y entre los dos todo volverá a ser como antes’. En cambio, disculpar es decir: ‘Me doy cuenta de que no podías evitarlo o no era tu intención y en realidad no eras culpable’. Si uno no ha sido verdaderamente culpable, no hay nada que perdonar, y en este sentido disculpar es en cierto modo lo contrario”.

Segunda aclaración, el perdón se hace sobre la parte inexcusable de la conducta, ya que las circunstancias atenuantes de ella provocan una disculpa, cosa más digerible por la mayoría que el perdón.

“El perdón verdadero implica mirar sin rodeos el pecado, la parte inexcusable, cuando se han descartado todas las circunstancias atenuantes, verlo en todo su horror, bajeza y maldad y reconciliarse a pesar de todo con el hombre que lo ha cometido. Eso –y nada más que eso– es el perdón, y siempre podremos recibirlo de Dios, si lo pedimos”, concluye el converso inglés, autor de las Crónicas de Narnia y otros clásicos de la literatura.

Parafraseando a un conocido de todos: “El que pueda y quiera entender, que entienda”.

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