En el Paraguay, el 53 por ciento del total de 1.865.425 personas que votaron en las elecciones de 2015 se encuentra entre los 18 y 39 años. Sin embargo, esta fuerza joven es casi invisible en los partidos políticos; ellos solo representan votos para que los adultos mantengan sus cuotas de poder.
Paraguay tiene un millón de jóvenes y adolescentes fuera de su sistema educativo; más de la mitad de la población desocupada del país es joven; solamente el 20% de los adolescentes y jóvenes pueden dedicarse exclusivamente a estudiar, y 3 de cada 4 jóvenes trabaja, pero en el sector informal, donde no les proporcionan seguridad social. Ese es el país de la mayoría de los jóvenes paraguayos. Una realidad que no les brinda oportunidades de incidir políticamente y de progresar.
Tampoco acceden a una educación cívica, a lo que se suma el hecho de que las dirigencias partidarias no hacen lo necesario para capacitarlos, para formar a las nuevas generaciones. Es por esto que terminan ocupando los espacios de decisión las mismas personas y no se da el necesario recambio.
Además, la manera más frecuente en la que los jóvenes se insertan en los partidos –especialmente en los tradicionales– sigue siendo a través de las familias. Es por esto que difícilmente surgen nuevas figuras que puedan asumir liderazgos. Y es que los espacios de participación no se abren a todos, para poder mantener los privilegios de algunos grupos, como los clanes familiares.
En este sentido, el reclamo de los jóvenes colorados es oportuno. Hace 14 años no se da la renovación de su dirigencia. Y como dijeron los jóvenes liberales en su comunicado a los colorados: "...las elecciones son el único método de renovación y control de las autoridades, y por ende, es fundamental para el futuro del país que los jóvenes ocupen los espacios donde se da la toma de decisiones dentro de los partidos políticos”.
Se debe garantizar que el país cuente con una generación de jóvenes politizados, que quieran aportar y hacer cambios al país. Por eso, es imperioso que los partidos asuman seriamente la responsabilidad de formar a los próximos líderes del Paraguay.
Los eternos dirigentes, que siguen repitiendo los vicios históricos, solo aseguran la perpetuación del clientelismo, el prebendarismo, así como la complicidad y el silencio ante la infame corrupción que castiga al Paraguay. Al mismo tiempo que mantienen la exclusión de importantes segmentos de la sociedad.
Además, al no estar asegurada la participación de los jóvenes en la vida partidaria, las agrupaciones políticas pierden la posibilidad de contar con la fuerza, el entusiasmo, la creatividad y la rebeldía juveniles.