“El maestro deja una huella para la eternidad; nunca puede decir cuándo se detiene su influencia”, decía el historiador estadounidense Henry Adams.
En Paraguay, la larga crisis que arrastra el sistema educativo también afecta sustancialmente a los maestros.
El país solo invierte el 3,5 por ciento del producto interno bruto (PIB) en educación, mientras la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) recomienda destinar al menos el 7 por ciento.
Entre datos preocupantes revelados por un estudio del Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (Cadep), el 35% de la población no asiste al preescolar a la edad oficial establecida de 5 años; el 19% no asiste al primero y segundo ciclo a la edad oficial establecida de 6 a 11 años, y el 41% no asiste al tercer ciclo a la edad establecida oficial de 12 a 14 años.
La famosa reforma educativa, implementada desde 1994, no ha dado los frutos esperados en estas dos décadas. Según los especialistas en educación, el sistema paraguayo no tiene la capacidad para transmitir a las nuevas generaciones una conciencia crítica acerca de la historia; no logra eficacia en formar buenos profesionales para el mundo del trabajo y no influye en la construcción de una ciudadanía crítica.
Entre los aspectos negativos más señalados, se incluye la deficiente calidad del magisterio. Sigue habiendo mucha debilidad en la formación docente, se habilitan institutos de enseñanza sin tener en cuenta la rigurosidad técnica, lo cual lleva al repetido y bochornoso cuadro de que la mayoría de los educadores que se presentan a concursos no puedan sortear las pruebas para ejercer el magisterio.
La injerencia partidaria en los gremios docentes continúa siendo un vicio lamentable. Y también sigue siendo una triste realidad la historia de los profesores taxis, que deben correr de un colegio a otro para impartir clases en turnos por hora, pobremente remunerados.
Esta crítica realidad no empaña, sin embargo, el importante rol que cumplen los educadores, ni desvaloriza el gran esfuerzo que realizan cotidianamente. Por el contrario, es plausible la tenacidad que demuestran tanto maestros y maestras, viajando kilómetros para dar clases en precarias escuelas y colegios rurales, muchas veces entre paredes en ruinas o bajo los árboles.
En el Día del Maestro debemos comprometernos en redoblar los esfuerzos para que los educadores reciban una atención prioritaria del Estado y de la sociedad, creando condiciones más dignas para ejercer su función, apostando por una mejor capacitación, que les permita forjar la conciencia de las nuevas generaciones de paraguayos y paraguayas.