Las circunstancias actuales de la vida son difíciles y nos perdemos en ellas.
Este escrito es producto de su búsqueda en un momento dado del que escribe.
No a cualquier cosa llamo alegría. El alcohol la da, pero esa no es la alegría que buscamos. Mucho menos el consumismo.
La verdadera alegría es gozo que nos viene de dentro para afuera, aunque eso no significa que en su nacimiento sea ajena a lo que nos rodea.
Es algo interior, que nace en quien, por estar muy unido a la vida, se enfrenta a ella con la convicción y fuerza de que no está solo. Dios nos acompaña y busca siempre nuestro bien.
Podemos quejarnos de muchas cosas, pero nunca podremos decir que estamos abandonados, pues no es verdad.
“Dentro de cada uno, en lo más íntimo de nuestro ser, está Dios”.
El mayor bien de la alegría es que derrota al miedo. Y esto es importante porque el miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos impide caminar.
Pero, la alegría nos llena de confianza, seguridad, luz y sobre todo de esperanza. Con ella lo que no somos, ni tenemos ni podemos conseguir, se puede alcanzar.
Alegría y esperanza son dos hermanas gemelas. Y ambas juntas nos enriquecen con una tercera: el amor que a todos tenemos en la tierra.
Buscamos y esperamos la plenitud en esta tierra.
No nos conformamos con aquella oración medieval que consideraba la vida como un valle de lágrimas.
Modernamente todavía aumentado a un caos de sangre, injusticias y violencia.
En muchas ocasiones, todo esto nos rodea, pero encarnados nosotros en esta vida lo superamos con alegría, esperanza y el amor.
Y, cuando a cada uno le llegue la hora, el cielo será la expresión sin límites de todo esto.