La última novela que estaba escribiendo, cuyos originales no aparecieron hasta ahora, se iba a titular “Un país detrás de la lluvia”. Era el retrato final de este Paraguay al que él tanto amó, al que dedicó su vida y el conjunto de su valiosa obra, pero el que no pudo alcanzar a ver cumpliendo en plenitud el sueño de una vida mejor para todos sus habitantes, especialmente para la población más humilde y sufrida, la que habita las muchas páginas de sus mejores cuentos y novelas.
En el día de hoy, Augusto José Antonio Roa Bastos hubiera cumplido 100 años de edad, si las repentinas y poco aclaradas circunstancias de su muerte no lo hubieran arrancado de nosotros en abril de 2005. Sin embargo, las numerosas expresiones de admiración y respeto que se manifiestan en estos días hacia su figura, en todo el país, demuestran que el gran escritor paraguayo, laureado con la más alta distinción de las letras castellanas, el Premio Cervantes, en 1989, sigue más vivo que nunca a través de sus obras, en el corazón y en la memoria de su pueblo.
No existe quizás una mejor manera de entender el verdadero rostro del Paraguay si no es leyendo las obras de Augusto Roa Bastos. La intensidad del drama social está narrada en los estremecedores cuentos de su primer libro, El trueno entre las hojas, publicado en 1953, y está aún mejor representada en los diversos capítulos de su excelente novela Hijo de hombre, dada a conocer en 1960, donde el pueblo paraguayo, en su largo viacrucis a través de la historia, es el principal protagonista de una peregrinación en búsqueda de una redención que nunca acaba de llegar. Del mismo modo, toda la obsesión del poder y sus consecuencias trágicas están contenidas en la que quizás es su mejor y mayor novela, la imponderable Yo el Supremo.
Junto a su celebrada escritura, Roa Bastos también nos dejó el testimonio de su vida, el de un intelectual hondamente comprometido con la suerte de su pueblo, especialmente con los más humildes y oprimidos. Ni siquiera el largo exilio que le impusieron dos dictaduras, la de Higinio Morínigo y la de Alfredo Stroessner, pudieron cortar los lazos con el mundo social campesino, el indígena y el obrero, que animaron su creación literaria, desde su niñez vivida en el humilde y mágico pueblo de Iturbe, en el corazón del Guairá. Tras la caída de la dictadura, Roa regresó para vivir sus últimos años en el Paraguay, con una proficua labor creativa y una gran entrega de labor pedagógica, reivindicando principalmente a las mujeres y a los jóvenes, a quienes veía como la reserva moral que puede redimir al país.
En este día de su cumpleaños número 100, los compatriotas de Roa Bastos debemos brindarle el más digno de los regalos: el compromiso de trabajar por hacer posible ese país mejor que él tanto soñó.