En la familia, desde hace unos años, los hijos ya no buscan imitar la vida de sus padres sino tener una propia; la influencia de las familias en la formación de sus creencias y valores está muy disminuida frente al ambiente externo. Ellos creen más en sus amigos y en sus ídolos que en sus padres, tíos, maestros.
Por esto mismo la publicidad y las marcas están preocupándose tanto en cómo lograr que el mensaje se transmita por sí solo porque “pega” y la gente lo comparte, dándole su aprobación.
En educación, ya se sabe que un porcentaje alto del aprendizaje significativo de los niños y jóvenes se hace fuera del aula y de la influencia del sistema escolar, sin control de contenidos por parte de algún experto, solo motivados por sus intereses y con todo el conocimiento de la humanidad disponible solo a un clic en el celular.
En la empresa y las organizaciones el liderazgo como lo conocíamos hasta ahora está en cuestión. Para influir y encaminar la acción de la gente hoy hace falta convencer y adaptarnos a modelos flexibles que les tomen verdaderamente en cuenta, pero no sirve adaptar el discurso nomás, enseguida se nota y nadie lo cree. La gente renuncia si considera que los jefes son muy directivos o mienten, las empresas en las que la gente quiere trabajar son aquellas de las que “se sabe” que tienen buen ambiente y da gusto.
Y la política que no tomó en cuenta esto recibió sorpresas impactantes el domingo en las elecciones municipales. Los votantes que decidieron su voto ya no por fanatismos, ni por la afiliación, ni por el trabajo de los punteros, ni por la plata o los cargos públicos, cambiaron la historia. La gente decidió como lo hace con las marcas, las empresas donde trabajar, o los valores familiares que adoptar, dejándose llevar por sus creencias y las de sus pares.
Sí, esa misma verdad incómoda.