La indignación sigue en las redes por el asunto de la voluptuosa secretaria de oro, por el relajo en el control de financistas de los partidos políticos, por el suboficial millonario con dinero ajeno y las transfugueadas varias que se hacen con bienes del Estado. Y es justo, si pensamos en los famosos mínimos éticos de la sociedad en busca del bien común.
Cada tanto salta algo nuevo, pero sobre noticias viejas: hay corrupción en todo el Estado y la ciudadanía está cada vez más descreída al respecto de un posible cambio. Este descreimiento ciudadano ciertamente afecta la movilidad. No es un secreto que la motivación es esencial para la acción y la producción en todos los órdenes. No determina, pero condiciona.
Si las autoridades y líderes no dan muestras claras de intención de bien y cambio positivo en el manejo de la cosa pública, aunque con posibles equívocos que son presupuestos aceptables en la condición humana, la apatía se convertirá en indiferencia total y la indiferencia es madre del desorden y de la violencia. Cada uno se guiará solo por el oropel de su instinto de supervivencia, por lo que su capricho le marca para alcanzar el zoquete y nadie se interesará más por el oro genuino de la verdad, del conocimiento o de la solidaridad.
Esto es la antesala del caos, amigos. Mas, ¿cuál es su origen? La resignación, la desesperanza, el apagón del deseo, la visión del mundo sin sentido de trascendencia alguna... ¿de dónde nacen? ¡De la fragmentación sistemática del ser humano, de su reducción a meras estructuras neurofísicas y seudorracionales, de su manipulación en función del Poder!
Es cierto, manda el cinismo, gobierna la impunidad. Es que la misma educación está apuntando hoy, en nombre de una errónea idea de tolerancia, a aceptar todo, a no distinguir oro de oropel, a no luchar por los máximos, mucho menos a sacrificarse por lo que vale la pena. Sin raíces profundas, con pensamiento débil, sin memoria histórica... Si les mensajeamos por todos los medios posibles a los jóvenes que lo único que vale para nosotros es conseguir plata y prestigio, sin importar el cómo... ¿Qué podemos esperar?
Y, sin embargo, todavía esperamos. Quizás por aquello de que los paraguayos llevamos un “Potosí de oro viviente que pesa como un mundo, el corazón”, como decía el poeta Manu.
Muestra de ello para mí fue la firme defensa por parte de jóvenes, médicos, abogados y otros profesionales de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, contra la presión foránea para despenalizar el aborto. Y también aquella vecina que me decía en estos días sobre la educación de alto nivel moral que recibió de su madre campesina, cuando ya hecha una adolescente se aprestaba a estudiar en la capital y su sacrificada, pero corajuda madre le dijo en expresivo guaraní: “Nde ko che memby revale hína, ani nderesarái ne dignidágui. Nde ko ndaha’éi kavaju apéro reheja haguã avave oñembohory nderehe”.
Creo que ese sentido de dignidad que nos transmitieron siempre las mujeres paraguayas en el seno del hogar, deberíamos replantearlo como criterio para distinguir oro de oropel. ¿Ajépa?