La costumbre de ofrecer el día a Dios también la vivían los primeros cristianos: “Apenas despertar, antes de enfrentarse de nuevo con el trasiego de la vida, antes de concebir en su corazón cualquier impresión, antes incluso de acordarse del cuidado de sus intereses familiares, consagran al Señor el nacimiento y principio de sus pensamientos”.
San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a ofrecer todo su día a Dios. Recomendaba a los primeros cristianos de Corinto: “Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. Y a los colosenses: “Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios padre por él”.
Muchos buenos cristianos tienen el hábito adquirido de dirigir su primer pensamiento a Dios. Y enseguida el “minuto heroico”, que es una buena ayuda para hacer bien el ofrecimiento de obras y comenzar bien el día.
“Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y... ¡arriba! –El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza–. Si, con la ayuda de Dios, te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada”.
“¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!”.
Aunque no hay por qué adaptarse a una fórmula concreta, es conveniente tener un modo habitual de hacer esta práctica de piedad, tan útil para que marche bien toda la jornada. Unos recitan alguna oración sencilla aprendida de pequeños... o de mayores.
Es muy conocida esta oración a la Virgen, que sirve a la vez de ofrecimiento de obras y de consagración personal diaria a Nuestra Señora: “¡Oh, Señora mía! ¡Oh, madre mía! Yo me ofrezco del todo a vos, y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, ¡oh, Madre de bondad!, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal).