Una parte importante de nuestra sociedad observa con preocupación el enfrentamiento cada vez más radical y virulento entre el Poder Ejecutivo y el grupo denominado G15.
Este enfrentamiento tuvo su epicentro en la interna del Partido Colorado, pero luego el conflicto se fue extendiendo al Congreso y ahora –como un cáncer– está haciendo metástasis en varias partes de la sociedad.
Diversas iniciativas apoyadas por el Congreso al inicio del gobierno de Cartes, hoy se encuentran empantanadas o en franco retroceso.
En este momento existe un bloqueo y una neutralización mutua dentro del Congreso, entre el Senado y Diputados; y fuera del Congreso, entre el Poder Legislativo y el Ejecutivo. Como decía en un artículo anterior, nos encontramos ante un “empate trágico” donde nadie gana y todos perdemos.
Para algunas personas este bloqueo es señal de desgobierno y de anarquía; pero para otras, este bloqueo es señal de que nuestro sistema democrático está funcionando.
No olvidemos que el sistema de democracia representativa –ideado por Montesquieu y aplicado por primera vez en Estados Unidos– tiene como base la división de poderes entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, en un sistema de checks and balances (control y equilibrio).
Recordemos que los primeros inmigrantes que llegaron a Estados Unidos eran personas que huían de la persecución religiosa que existía en Europa, lideradas por reyes tiránicos y despóticos.
El sistema de checks and balances hace imposible que un presidente pueda convertirse en un tirano. Pero así como el sistema impide que el gobernante pueda hacer mucho mal, también hace muy difícil que el gobernante pueda hacer mucho bien.
Por eso nosotros en Dende siempre repetimos que en democracia es imposible la revolución. Solamente es posible la evolución. Somos conscientes de que el sistema está diseñado para poder avanzar solamente a través de la negociación y el consenso.
A su vez, esta negociación solamente es posible en la medida que los diferentes líderes encuentren temas que los unen por encima de sus rencillas.
Recordemos que Adam Smith, considerado el padre de la economía moderna y del actual sistema capitalista, no era economista, sino... un filósofo moralista.
En su primer libro, llamado Teoría de los sentimientos morales, Smith decía: “Un verdadero líder es aquel que consigue moderar los apetitos de su partido” y “el hombre sabio y virtuoso está todo el tiempo dispuesto a sacrificar su interés personal ante el interés público”.
Si contrariamente, los líderes se constituyen en las personas más radicales e intransigentes de sus respectivos sectores, el futuro de esa sociedad va a ser inevitablemente el conflicto e incluso la guerra civil.
La única manera en que la democracia sea sustentable y permita a las sociedades desarrollarse y a sus ciudadanos tener una vida digna, es que sus líderes tengan la virtud de la moderación y la capacidad de negociación.
Con sus errores y aciertos, nuestra transición de la dictadura a la democracia estuvo inspirada en los principios de la democracia norteamericana, buscando tener un presidente con menos poder, un Poder Legislativo más fuerte y un Poder Judicial teóricamente independiente.
Tal vez haya un desbalance a favor del Legislativo, pero... nuestro principal problema es cultural. Nosotros le tememos más a la anarquía que a la tiranía, nosotros queremos o necesitamos que alguien mande y que tenga el poder suficiente para solucionar todos nuestros problemas.
Como decía mi gran amigo Enrique Fernández Longo: “Ustedes los paraguayos quieren tener un presidente democrático, pero le piden cosas que solamente les puede dar un dictador”.
Evidentemente, el principal problema de nuestro país no es su diseño constitucional sino... nosotros mismos.