La religión y todo lo que implica no puede dejar indiferentes a los que la practican, así como a aquellos que la denostan. Ella toca fibras íntimas que tienen que ver con el sentido que damos a nuestra existencia; de ahí que tanta importancia le demos.
La nueva versión cinematográfica sobre la historia bíblica de Noé y su arca es un ejemplo de lo que mencionamos.
En un país como el nuestro, culturalmente cristiano y mayoritariamente católico, la película ha sido menos que un mazazo a sus creencias, porque en principio no se rige por lo que linealmente narra el Antiguo Testamento.
Hay toda una “historia oficial” detrás de cada pasaje bíblico que es apoyada desde la catequesis y otras maneras de llegar a los fieles.
Entonces, cuando el arte se ocupa de tales relatos, suele saltar la voz de alarma porque su enfoque se sale de lo aceptado institucionalmente.
Sin embargo, a veces es interesante el vuelco que le da el tratamiento artístico a lo religioso no solo porque rompe con tabúes e indica falencias, sino también porque establece cuestionamientos -cuando se trata de arte en mayúsculas- que llevan a más de uno a reflexionar.
De vuelta, tal es el caso de la versión de Noé, escrita y dirigida por Darren Aronofsky. Acá no nos referiremos a la parte técnica y a la producción que conlleva una realización de esta magnitud.
Lo que queremos es resaltar las profundas líneas de diálogo que se dan entre los distintos personajes, así como el desarrollo argumentativo que nos lleva a mirar de otro modo una situación que creíamos conocer bien de antemano.
Creo que hay que ir a ver la película con miras bien amplias, lo que no quiere decir que nos saquemos de la cabeza la historia clásica del constructor del arca. No solo decimos que veamos la película como una obra de ficción basada libremente en el relato hebreo, sino que tratemos de aprender desde sus cuestionamientos, desde sus críticas a cierta manera de entender la religión y a Dios.
Nadie cambiará el signo de su fe (creyente a ateo, ateo a creyente) por ver una película. Sin embargo, esta al menos tiene una vertiente que sirve para iniciar el debate, para discutir ciertos principios que tenemos asumidos sin discusión alguna.
Si una religión obliga a rehuir la crítica y la sana curiosidad, entonces el dogmatismo será el veneno que carcomerá sus bases y la dejará sin futuro.
A este filme de Aronofsky se le pueden hacer varios cuestionamientos de forma y fondo, pero es innegable que logra ciertos momentos en que la paradoja que llamamos ser humano sale a flote en toda su crudeza porque -insistimos- se mete en un campo que suele ser hegemónico para la religión.
Con cumplir este cometido ya es suficiente para estimar la obra como una pieza artística.