28 mar. 2024

Nacionalismo que mata a inocentes

La quinta intempestiva

Los historiadores suelen calificar al periodo de la Ilustración como aquel en que el optimismo hacia la bondad del ser humano prendió en muchas conciencias.

Kant suele ser el paradigma de dicho optimismo, pues veía que nos encaminábamos hacia una irremediable paz perpetua. Claro, su análisis de las fuerzas humanas le hacía prever dicho futuro promisorio en un tiempo muy lejano, pues sabía –y lo afirmaba– que dicho camino hacia una segura paz total era el más difícil de todos.

Kant murió al empezar el siglo XIX, centuria que se encargaría de mostrar que tenía razón en lo referente a que lograr la paz sería lo más difícil. Pero luego apareció el siglo XX con sus dos guerras mundiales y otras igual de cruentas se encargaron de echar por el suelo aquel optimismo que había obnubilado a los iluministas. Entonces el existencialismo se puso a preguntar qué es lo que hacemos con nuestra vida en este mundo; las respuestas fueron de las más disímiles, pero las que más impacto tuvieron fueron aquellas donde el pesimismo y el absurdo asomaban.

Paralelamente, en el siglo pasado se evidenció un esfuerzo por parar el ensañamiento entre congéneres, lo que dio lugar a instituciones, leyes y tratados.

Vista así, la situación era desesperanzadora, pero igual había cierto progreso por lo que la particular filosofía de la historia de Kant tendría siempre la razón (y por eso desde el falsacionismo de Popper no encontramos manera de refutarlo, lo que convierte a aquel en un historicista).

Los humanos nos seguimos matando entre nosotros y la causa principal de ello es el nacionalismo. Este mal tan difícil de extirpar tiene tanta fuerza que nos ciega al punto de matar incluso a aquellos que nada tienen que ver con nuestra absurda causa.

Eso es lo que más nos duele con el asesinato de los pasajeros del Malaysia Airlines y los palestinos e israelíes: centenares de inocentes inmolados por el simple pecado de haber pasado cerca de una guerra estúpida entre estúpidos nacionalistas.

Da para pensar en aquel optimismo de Kant. ¿Transitamos una senda que nos lleva irremediablemente a la paz, o no tenemos remedio y la guerra será siempre nuestra maldición?

Al menos una cosa es segura: mientras haya gente que crea en el cuento del nacionalismo, muchas pesadillas como las que vemos cada día seguirán matando a la gente e incitando la venganza de otros, en una escalada interminable y que parece ser la única manera de refutar el historicismo optimista de Kant.