16 abr. 2024

Mendicidad indigna

Econ. Gloria Ayala Person gayala@cavida.com.py

Econ. Gloria Ayala Person

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En nuestras ciudades proliferan los malabaristas de la pobreza. En cada semáforo observamos atónitos las destrezas de los artistas callejeros de diversas edades. A este panorama de habilidades se suman también las tergiversadas formas de mendicidad, donde lucran inescrupulosos y perfectamente saludables adultos, exponiendo la miseria de pequeños rostros sucios e incluso a personas con discapacidad.

Autoridades que deberían velar por la exposición al peligro de niños y niñas y las organizaciones no gubernamentales que defienden los derechos de las personas con discapacidad no se manifiestan ante el manoseo a la dignidad de aquellos a quienes deberían proteger, exigiendo sanciones a quienes así utilizan al prójimo como si fuera un “objeto sin derechos” en lugar de un sujeto con derechos.

Duele al decente ver este despliegue de deterioro en la sociedad que debería velar por sus ciudadanos sin clasificarlos para evaluar a quienes defender y a quienes menospreciar al punto de no verlos siquiera, esquivando el rostro para que ni por un segundo se crucen la mirada, no sea que esa miseria fuese contagiosa.

De numerosos vehículos salen brazos arrojando monedas como señal de bondad, comprobando que la buena voluntad sin información adecuada y compromiso social solo hace más daño, como bien señala el dicho que “de buena voluntad está empedrado el camino al infierno”.

Y es que esas monedas que te sobran y que tranquilizan tu conciencia “ayudando” a quien menos tiene solo alimentan el negocio que significa seguir sometiendo a vejámenes insufribles a estos seres humanos, que parecerían haber sido olvidados por quienes debieran curarlos y protegerlos.

Esta mendicidad, que consigue mover fortunas diariamente en base a la lástima que despiertan en las personas de buena voluntad, es la misma que perpetúa a los niños en las calles obligándolos a repetir el ciclo de la pobreza con sus futuras generaciones, pues alejados de un contexto de esperanza de una vida distinta observan lejanamente la posibilidad de cultivar su educación como forma de escapar de la miseria. Y es que la ilusión de una vida distinta es algo que se les ha negado desde el instante de su concepción, reforzándose con miradas esquivas o dedos agitando un “no” apenas se los ve asomar por la calle.

Cuerpos retorcidos por alguna enfermedad o discapacidad recogen monedas mientras sus sillas de ruedas son empujadas por adultos perfectamente saludables, que no tienen la decencia de dejar al postrado en una cama y salir a trabajar para ganarse dignamente la vida, todo porque es la miseria mezclada con morbosidad la que mueve a las personas a comprar un pedacito de cielo a cambio de esas monedas.

En cada esquina una realidad distinta, pero más de lo mismo, compasión que en un suspiro adornado con monedas compra la consciencia del bueno sin compromiso social, esa bondad vacía que nada transforma, solo perpetúa un negocio cuantioso donde las víctimas tienen rostros que no miramos ni queremos ver.

Sociedad hipócrita que castiga al débil y hostiga a quien nada tiene. Educación y compromiso, amar al otro “como a ti mismo”, cuánto nos falta para ser más humanos. Sigamos Hablando de dinero, así aprendemos a manejarlo mejor.

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