Dicen que Secundido Núñez, el filósofo y maestro de varias generaciones de intelectuales de nuestro país, repetía que el pasado no tiene rostro definitivo, como una lección de vida para sus amigos y discípulos acostumbrados a veces, seguramente, a etiquetar personas y circunstancias de manera muy superflua y además, drástica y definitiva, sin considerar la inmensa capacidad humana de rectificación, de transformación y de liberación.
Revisar los hechos, mirar a sus protagonistas con mentalidad abierta y reflexionar sobre ellos, tratando de encontrar todos los factores que explican la realidad, es un ejercicio de paciencia y agudeza que requiere una educación integral a la que a veces no accedemos ni en los mejores colegios o universidades. Pero es necesario aprender a hacerlo, si queremos aprovechar realmente nuestras capacidades espirituales de inteligencia, voluntad y libertad. Esto es lo que nos humaniza.
Pasados ya varios años del trágico incendio del Ycuá Bolaños, que tantas vidas se cobrara, aún sigue viva la memoria. Algunos nos invitan a recordar, a hacer presente lo sucedido, con todo el respeto que el dolor de las víctimas requiere, solo para aprender de lo que ocurrió, incluso para ayudar a superar los traumas y sanar las heridas; otros, sin embargo, con morbo, incluso con carga ideológica e indolencia, al incitar a los sobrevivientes a no olvidar ni perdonar, como si con rencor y rabia se pudiera construir un presente mejor para ellos.
¿Qué hacer entonces?
Por un lado, la memoria es necesaria para la vida.
Además, olvidar por completo es casi imposible y requiere un esfuerzo desgastante e innecesario.
Por otro lado, está el deseo de superar las malas vivencias.
Quizás el mayor desafío para afrontar el reto de la vida, sobre todo luego de un acontecimiento trágico, es encontrar la forma más inteligente de afrontar el pasado, ya que este, parafraseando a don Secundino, no tiene rostro definitivo.
Memorial, dice el diccionario, es un libro o cuaderno en que se apunta o anota algo para un fin.
Todo ser humano lo que busca finalmente es su felicidad en la vida; por ello el recordar debe encerrar un sentido para nosotros, el cual quizás solo venga dado por una actitud abierta que incluya las categorías del perdón y de la libertad.
De lo contrario, las puertas de la tragedia seguirán cerradas y cobrarán más víctimas.