Fastidio, carga, molestia, desgracia... son términos que uno podría asociar a los residuos del hogar o a los impuestos malversados, pero hoy es cada vez más común escuchar referirse así a los ancianos de la casa.
El otro día mis hijas fueron con unas amigas a pasar la tarde con las abuelas de un “hogar”. No volvieron contentas, sino conmovidas: se encontraron con factores de la realidad que desacomodan y dan que pensar. Justo el 1 de octubre se “celebró” el Día de los Adultos Mayores.
Es notable, pero la primera pregunta que uno se hace cuando ve a una persona frágil y ya en la última etapa de su vida lejos de la familia, no es si tiene los “servicios básicos” cubiertos, sino ¿por qué no vive con los suyos?
Relacionarse, pertenecer al equipo de la casa es una necesidad grande para cualquier persona, aunque no sea más que para charlar, discutir, refunfuñar y rememorar los viejos tiempos. Esto es algo que los paraguayos siempre hemos comprendido, por eso los abuelos forman parte de la historia de la mayoría de los hogares, aunque sean pobres de recursos materiales. Pero la mentalidad está cambiando. Hoy se normaliza el desafecto. Se justifica, en muchos casos, una forma sutil de crueldad.
Es cierto, es difícil humanizar la propia conducta porque ya no somos educados para considerar todos los factores de la realidad: nos estamos alienando y volver a ser nosotros mismos no es cuestión de presionar al Estado o crear más leyes.
El punto es reconocer la relación directa que existe entre ese “sacrificio” de compartir la vida con los abuelos y nuestra propia felicidad. ¿Cómo es posible que hasta con las mascotas de la casa tengamos más empatía que con los nuestros?
Algunos abuelos tienen la suerte de seguir llenando por un tiempo los exigentes estándares de sus familiares y consiguen dar la talla por ser “buena onda” y “calidá”. Pero, ¿no debería ser suficiente aquello de “Honra a tu padre y serás feliz en la tierra”?
El cambio de paradigma es evidente. Antes volverse mayor de edad significaba ser capaces de hacerse cargo, responsables, pero hoy se habla de autonomía absoluta como sinónimo de libertad. Cualquier obstáculo a la vivencia de esta autonomía resulta chocante para la mentalidad dominante, materialista y utilitaria.
En este paradigma eufemístico es intolerable llamar viejo o ancianito a un “adulto mayor”, sin embargo, no hay problema de conciencia en llevarlo a vivir a un asilo. Nos convertimos en seres desechables y encontramos justificativos hasta ideológicos para ello. Cuidado, porque el tiempo vuela y cuando nos toque a nosotros la experiencia, no creo que sea suficiente que nos celebren un día del año en el albergue. Así nomás es.