La historia de María en el Nuevo Testamento es una historia bella; bella por ser la historia de una mujer; bella por su singularidad; ninguna otra mujer es presentada con tantos detalles y respetada por Dios como persona: recibe un saludo excepcional, “llena de gracia"; es consultada para un proyecto; la comunidad cristiana la presenta como “bendita entre las mujeres” mediante Isabel, “feliz porque ha creído”. La historia de María es bella también porque es la historia de una mujer madre, en ella la fe cristiana alaba el origen santo de la vida y la confiesa como Madre de Dios.
En los evangelios, María es presentada desde la fe pascual como ícono del discipulado como en Lucas; ella está estrechamente ligada a la gloria de Dios que se revela en el hijo como en el evangelio de Juan; María realiza el camino oscuro de la fe como los discípulos, en el evangelio de Marcos y es modelo de disponibilidad a Dios a pesar de las contrariedades de la historia como en Mateo.
En estas breves referencias, María está junto a los discípulos y a los apóstoles afrontando las mismas luces e incertidumbres; ella está en la Iglesia naciente junto a las otras mujeres y creyentes, abierta a la acción del Espíritu. María y la Iglesia no son dos realidades separadas y así permanece en la reflexión de los padres de la Iglesia; la reflexión mariana se desarrolla junto a la reflexión sobre la Iglesia. Así, María es mujer, esposa, madre como la Iglesia. Esta perspectiva se desperfila después con el paso del tiempo y se tiende a exaltar la figura de María aisladamente de la de la Iglesia. El Concilio Vaticano II busca recuperar la perspectiva de los evangelios y de la síntesis patrística y nos presenta a María dentro de los planteamientos eclesiológicos, al interior de la constitución dogmática sobre la Iglesia en la Lumen Gentium.
María y la mujer hoy. La confesión católica sobre María, la Virgen, está desafiada por la condición concreta de la mujer hoy en nuestra sociedad. La admiración por la mujer extraordinaria que es María, convive con la violencia intrafamiliar hacia la mujer, la marginación social de la mujer cuando es madre y soltera, la instrumentalización de la mujer por el machismo en la prostitución; la infravaloración del trabajo de la mujer, especialmente, cuando ese trabajo es el doméstico, etc. La devoción a María se ha presentado y puede derivar en una exaltación de la mujer desde la mentalidad machista, es decir, se exalta a una mujer extraordinaria: siempre virgen, madre, esposa, junto a Dios, pero de ese modo solo ella puede ser así, y la mujer común y corriente queda culpabilizada con un modelo imposible de alcanzar. Muchas veces podemos exaltar machistamente a la mujer María para aplastar a todas las demás.
María y la familia. El contexto de la infancia de Jesús, en los evangelios de Mateo y Lucas, es una ejemplar referencia para entender la compleja situación de la familia hoy. En efecto, la pareja conformada por María y José es –según la costumbre judía– un matrimonio acordado por los padres con el novio. La pareja afronta su primer desafío con el origen confuso [para José] de la concepción de Jesús. José no entiende lo que ocurre, debe intervenir un ángel para aclarar las cosas. Lo que queda claro es que José no es el padre. José desaparece muy pronto en los relatos evangélicos y parece que María debe ser padre y madre; en la vida pública de Jesús ya no se habla de José. La tradición de la Iglesia confiesa que María no tuvo más hijos. A pesar de estas referencias, que podríamos llamar, lo más acotadamente, como “irregulares”, afirmamos que la familia de Nazaret es modelo de la familia cristiana; a pesar de que José no es el padre del niño, a pesar de que María no tuvo todos los hijos que Dios mande; a pesar de que María y José no estaban unidos en sacramento del matrimonio. María es un modelo muy valioso de mujer, de creyente, para la familia y la sociedad, pero releyendo los datos bíblicos en su luminosidad concreta y claroscura y con una nueva hermenéutica de las afirmaciones de la fe de la Iglesia.