La crítica se ha rendido a la “sutileza y la seducción” -a juicio del influyente diario “Le Figaro"- de la voz del artista, consagrado ya desde hace años en París.
Álvarez cede los focos en esta ocasión a una imperial Tosca, recreada por la alemana Anja Harteros en la cima de su carrera, aunque esta es reemplazada por la soprano ucraniana Liudmyla Monastyrska hasta el 18 de octubre, cuando acaban las representaciones de la obra de Puccini.
La puesta en escena del libanés Pierre Audi sencilla pero efectiva, impone la omnipresencia de la cruz, símbolo de la Iglesia que planea como un fantasma opresor sobre los personajes.
En el primer acto, una enorme estructura en forma de crucifijo, unida al juego de luces y velos, resuelve bien los diferentes escenarios de la obra, la huida de Cesare Angelotti del castillo de Sant’Angelo, las diferentes capillas de la iglesia donde su hermana, la marquesa Attavanti, ha escondido ropa para huir, y donde el pintor Cavaradossi finaliza el retrato de la Madonna.
También sirve de púlpito para el magnífico “Te Deum”, para el que Audi se ha inspirado, entre otras fuentes, en la “Roma” de Federico Fellini.
En el segundo acto, una enorme cruz suspendida sobre el Palacio Farnesio y los personajes simboliza, según el propio director artístico, el poder del barón Scarpia, el villano magistralmente interpretado por el galés Bryn Terfel.
El público parisino ha agradecido especialmente las principales arias, “Recondita armonia”, “Vissi d’arte” y “E lucevan le stelle”, interpretadas con sentimiento por Harteros/Monastyrska y el propio Álvarez.
El argentino se confirma así con esta obra como uno de los pilares actuales en la escena parisina, después de brillar también hace unos meses como Manrico en “Il Trovatore” de Verdi, dirigido por el director español Alex Ollé, de la Fura dels Baus.