Esta no fue una campaña muy creativa. Pero tuvo cosas distintas de las que hay que tomar nota, pues ciertos paradigmas inmutables de nuestra política parecen ya no dar resultados. Algo está cambiando aceleradamente y lo que antes era beneficioso ahora tiene desagradables efectos colaterales.
El futuro jefe de campaña que confíe excesivamente en la fuerza del dinero y el aparato partidario podrá llevarse la sorpresa de que su candidato gane la boca de urna, pero pierda las elecciones. Es también aconsejable que postergue los festejos anticipados para evitar situaciones penosamente risibles. No cuesta tanto: el TREP funciona con una rapidez furiosa.
Tampoco sirve de mucho llenar la campaña de símbolos tradicionales. Ya desaparecieron los caballos de los afiches, es un avance. También lo es la menor polución visual debido a la constatación de que pasacalles y pintatas murales son cada vez menos efectivos. Las ciudades, agradecidas. Hay que percatarse ahora que eso de Lista 1 o Lista 2, banderas rojas o azules, son insuficientes para motivar a una mayoría de electores cada día menos cautivos. El escenario principal del proselitismo se ha trasladado a las redes sociales y allí también hace falta creatividad, aunque sea artesanal.
Otro consejo útil: apelar al miedo en los últimos días de campaña no sirve de nada y se vuelve un boomerang contra quienes atacan al adversario con acusaciones improbables. La supuesta vinculación con el EPP no sirvió contra Lugo en 2008 y mucho menos, siete años después, contra Mario Ferreiro. También hay que entender que el tono prepotente ya no asusta a nadie, sino que denota desesperación. El jefe de campaña de Arnaldo Samaniego le hizo un enorme favor al candidato opositor al aparecer días antes de las elecciones en un programa televisivo desplegando un lenguaje desastrosamente altanero y despectivo. Ese es un estilo del Medioevo que cae irritante en el siglo XXI.
Un jefe de campaña sensato alejaría de la misma a quienes no están directamente involucrados. Por ejemplo, al presidente de la República. Puede apoyar a sus candidatos, pero con mesura y prudencia. Si su participación es iracunda, terminará convirtiendo la elección en un plebiscito sobre su gestión y le puede ir mal. Como le ha ido mal a los pastores de las iglesias evangélicas y católica que se involucraron gratuitamente en una campaña municipal en la que no se discutía ni el aborto ni el matrimonio gay. La próxima vez, favor abstenerse.
Un buen asesor convencería al intendente electo de que el márketing político no hace milagros. Sobre todo ahora que, por fin, apareció el voto castigo. No en todos lados, pero va a crecer, seguro. Si quiere ser reelecto deberá hacer una buena gestión. Algo está cambiando. Más vale que los futuros jefes de campaña se enteren, de lo contrario sus candidatos lo pagarán caro.