Siguiendo con el análisis acerca de la educación de calidad, partimos hoy de los bochornosos sucesos del político y su relación sexual en pleno despacho, muy cercanos aún de los descubrimientos sobre el rector y sus similares andanzas. En la Justicia se verá si hubo acoso, pero lo que sí mueve a la indignación es todo lo que el episodio representa. Falta de respeto total y, lo peor, una muestra más de que la desfachatez gobierna en este país, antes, ahora y, si les dejamos, también después. ¿Por qué? Porque estamos fallando en algo esencial, nos estamos dejando anestesiar como ciudadanía, dejando a políticos y activistas de toda laya ocuparse de lo que nos compete a todos los paraguayos. No construimos ciudadanía desde las instituciones intermedias de la familia, la escuela y la Iglesia, solo elegimos representantes, les damos el poder de avergonzarnos con su conducta. Es una relación tóxica y no la vamos a superar a fuerza de plagueo.
Como uno de los elementos que la misma realidad nos otorga para ver los productos de nuestra educación actual, citemos el llamativo episodio de la profesora que haciendo uso de su derecho a manifestarse (machista o no, lo tiene) justifica el acto del sexópata y, sanción de por medio, la sociedad le grita que se calle, porque de alguna manera su forma de pensar nos recuerda que nosotros también somos parte de este drama. Y no por sexistas, sino por faltos de criterios claros en cuanto a la dignidad de las personas y el manejo de lo público. No estoy de acuerdo con sancionar a la que expresa así su parecer, aunque sea contrario al mío.
De nuevo perdemos una buena oportunidad para ir más allá de lo epidérmico (porque este mal de sexopatía está extendido a diestra y siniestra, también políticamente hablando, recuerdo a Lugo y Galaverna, solo por dar unos ejemplos). ¿De dónde viene este amorío novelesco entre la política, el sexo y la mentira? De una errónea educación, ¡pero no del machismo solamente, sino de la falta de sentido común!
Es penoso que nos quedemos en la guerra de las etiquetas mediáticas, donde finalmente “gana” el que logra dar con la etiqueta políticamente correcta, “machistas” “sexistas”, pero ¿y qué cambio implica? Callando a la que piensa como muchos, solo amordazamos como quienes tienen miedo de descubrir que, en parte, también somos artífices de aquello que nos avergüenza. Así evadimos la responsabilidad. Pero la educación de calidad empieza por aceptar el diagnóstico penoso o no de nuestra realidad.