19 abr. 2024

Los sepultureros de la democracia

El ojo despierto

Cuando en febrero de 1989, de la noche a la mañana —literalmente—, el dictador Stroessner amaneció atrapado en una pesadilla que había imaginado para otros, pero no para sí mismo, parecía que un nuevo tiempo empezaba a despuntar.

Muchos ilusos pensaron —pensamos— que, al amparo de la democracia se iba a construir, por fin, la patria soñada de la que habla el poeta pilarense Carlos Miguel Jiménez.

En el gobierno del general Andrés Rodríguez hubo signos alentadores que parecían anunciar el cumplimiento paulatino de aquellos anhelos tan largamente esperados.

El regreso de los exiliados —varios comunistas entre ellos—; el fin de los secuestros nocturnos que acababan en la picana eléctrica, en una fosa común inencontrable o al fondo del río con una piedra atada al cuello; la libertad de los presos políticos y otros indicios, aparentemente eran la cara visible de lo que también iba a evidenciarse en otros campos de la vida social.

Aquella —por lo visto—, ingenua esperanza, sin embargo, se fue cubriendo de tinieblas.

Los únicos que sacaron real provecho de una democracia hasta hoy en gran parte vacía de contenidos esenciales para el bienestar general son aquellos políticos rova’atâ, juru akua, inescrupulosos que han puesto en primer lugar sus intereses y, en ocasiones, los de su grupo o su partido.

El mayor triunfo acumulado en un cuarto de siglo por esos politiqueros es haber desmantelado el espíritu de resistencia de un sector de la población. Sin una sociedad civil organizada, critica y coordinada, tuvieron luz verde para cometer abusos a mansalva.

Claro, no hay que olvidar que muchos de los opositores —los de verdad y los de hojarasca y pandereta— pasaron a ser poder. Peor, a ser cómplices y protagonistas. Sentados en sus bancas o en sus sillones, muchos de ellos se ocuparon más de asemejarse lo más posible a los expoliadores de las ilusiones de la gente antes que a defender las causas por las que se desgañitaban en las marchas contra el Tiranosaurio.

La podredumbre que en todos estos años —con énfasis en los últimos meses— sale a luz, es la victoria de los que sin el artículo 79 de la Constitución de 1967, sin Pastor Coronel y sin el pyrague de comunión diaria, se apoderaron del Paraguay para mal.

Los que hoy desgobiernan y ayer desgobernaron —salvo alguna feliz excepción— son los que abusan y abusaron de su poder para pervertir el poder, le van cavando una fosa cada vez más grande al apacible remedo de democracia que nos toca sobrellevar.