20 abr. 2024

Los quince minutos de fama del tesoro romano que sujeta el centro de Lisboa

Lisboa, 18 abr (EFE).- Llevan “sujetando” el centro de Lisboa desde hace cerca de dos mil años, pero escondidas de las miradas de quienes solo conocen la superficie de la ciudad: son las galerías subterráneas de la Rua da Prata, una de las mayores obras romanas de ingeniería que se conservan en la capital portuguesa.

Fotografía facilitada por el Museo de Lisboa de las galerías romanas subterráneas de la Rua da Prata, en Lisboa, una estructura que sirvió y sirve para sustentar los edificios de la superficie debido a la gran actividad geológica de Lisboa. EFE

Fotografía facilitada por el Museo de Lisboa de las galerías romanas subterráneas de la Rua da Prata, en Lisboa, una estructura que sirvió y sirve para sustentar los edificios de la superficie debido a la gran actividad geológica de Lisboa. EFE

Están a escasos metros de la famosa Praça do Comerço, en el corazón de la Baixa lisboeta, y solo pueden visitarse seis días al año.

Este fin de semana abren sus puertas -o, mejor dicho, la trampilla de sus escaleras, situada en mitad de la calzada sobre la que normalmente circulan coches y tranvías- con motivo de la celebración hoy del Día Internacional de los Monumentos.

António Marques, del Centro de Arqueología de Lisboa y acompañante en las visitas guiadas, explica a Efe que el hecho de estar escondido y abrir solo una o dos veces al año ha terminado por ser un atractivo del antiguo “criptopórtico” de la ciudad romana de Olisipo.

Lo cierto es que las visitas son muy restringidas porque los investigadores del Ayuntamiento lisboeta no saben hasta qué punto su apertura permanente podría afectar al monumento, por lo que el público solo puede conocerlas en escasísimas fechas puntuales, como este fin de semana.

Se esperan en torno a 3.500 visitantes entre viernes, sábado y domingo, que deben entrar solo en grupos de unas veinte personas. En las últimas aperturas, el interés generado fue tal que los visitantes tuvieron que aguardar horas de cola, cuenta Marques.

El “criptopórtico” está formado por varias galerías abovedadas, paralelas y perpendiculares, que los romanos construyeron debido a la inestabilidad geológica y la gran actividad sísmica de la ciudad de Lisboa, para asegurar las construcciones de la superficie.

El ingenio de los romanos sobrevivió muchos más siglos que su imperio, y actualmente la estructura sigue realizando esa misma función, actuando como pilar del barrio más céntrico y uno de los más turísticos de la capital portuguesa, la Baixa pombalina.

“Es la zona que está cerca del río Tajo y por eso la construcción aquí estaba relacionada con la actividad comercial, mercantil y portuaria de la ciudad de Olisipo”, afirma Marques.

El arqueólogo señala que esas actividades se estaban intensificando en la capital de Lusitania durante el periodo en que se construyeron las galerías, en torno al siglo I después de Cristo, porque la Lisboa romana se consolidó entonces como parada de los viajes que ligaban el mundo mediterráneo y el atlántico.

Sin embargo, los pilares del que fuera foro de comerciantes de los antiguos lisboetas permanecieron siglos en el olvido durante la Edad Media, y no fue hasta después de la devastación del terremoto de Lisboa de 1755 cuando se redescubrió esta construcción romana.

“Los constructores del siglo XVIII reutilizaron la estructura con aquella función para la cual fue realizada, soportar otras construcciones. Es un ejemplo de la maestría de la ingeniería romana”, apunta Marques, que recalca que la obra “continúa sirviendo a la ciudad”, aunque es constantemente monitorizada.

Cuando la estructura se redescubrió tras el sismo de 1755, los estudiosos de la época consideraron que la construcción romana había servido en la antigüedad como baño público, “las termas de Olisipo”, un error que persistió hasta finales del siglo XX y que fue motivado por el agua subterránea hallada en el “criptopórtico”.

Y es que las galerías romanas, que en el momento de su construcción eran tan secas y fiables que los arqueólogos actuales creen que incluso se pudieron usar esporádicamente como almacén de mercancías, están parcialmente inundadas por la subida del nivel freático a lo largo de los siglos, por lo que se recomienda para su visita un buen par de botas de goma.

Durante décadas, los lisboetas confiaron, además, en las bondades y propiedades medicinales de estas aguas subterráneas, una superstición que también ha sido superada pero que motivó que en las primeras visitas, a finales de los 90, los curiosos descendieran al “criptopórtico” cargados con garrafas.

Los pilares subterráneos de la Baixa lisboeta solo volverán a abrirse en las Jornadas Europeas de Patrimonio, a finales de septiembre. Otros quince minutos de fama para un monumento que, el resto del año, sigue cumpliendo con su función original.

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