Uno es económico, el otro político.
En una orilla del económico está ese 1% de acaudalados con el 9% de los acomodados a su servicio. En la otra orilla está la clase media que poco a poco va engrosando la cantidad de pobres y estos, degradándose, la zona dolorosa de la pobreza extrema.
Luego, está el abismo político entre la población de clientes y la población de ciudadanos.
El clientelismo es una enfermedad nacida en la dictadura, pero crecida en los 20 años posteriores. El dictador dominaba a los partidos tradicionales por el miedo y las dádivas. En la transición los partidos políticos dominaron a sus afiliados con la táctica de favores. Los seccionaleros reciben millones a cambio de votantes seguros. Parte es para ellos, el resto lo dan a los operadores políticos que hacen lo mismo.
En la escala más baja están los pobres afiliados que reciben el paquete de medicinas, el trato preferencial en inundaciones y que, por un cincuenta mil, dan su voto al partido.
Luego está la población de los ciudadanos. Con ojos bien abiertos para conocer la situación del Paraguay. Con sueños de cambio, que por eso nunca son contratados por el Gobierno o pierden su puesto a la menor disidencia. En tiempos de la dictadura eran exiliados, torturados o desaparecidos. Desde hace veinte años son discriminados. Nutren las filas de los emigrantes. Son centenares de miles.
Los clientes no querrán ninguna alternancia en las elecciones municipales de noviembre. Son comprados, sometidos a un sistema que les da algo para vivir. Esto es ser clientes. Y son muchísimos.
Solamente los ciudadanos cuyo objetivo no es un partido sino el bien del Paraguay y de todos sin hacer ninguna exclusión seremos los únicos que queremos la alternancia en este noviembre. Unidos somos mayoría. Separados no tenemos influencia.