El periodista Augusto dos Santos escribió en Facebook que lo grave no es que el diputado Portillo haya mentido sobre sus siete títulos universitarios, sino que, en las condiciones en que se debaten las universidades privadas, podría haberlos obtenido sin mayores sobresaltos, pese a sus evidentes limitaciones.
Es tan lamentable el nivel de la oferta universitaria que, en efecto, el mismo Portillo enseñaba Derecho Penal en Ciudad del Este. Allí aclararon que “nunca recibieron quejas de los alumnos”. Imagínese cuál podrá ser el nivel de los mismos con tal profesor. Algunos amigos abogados me dijeron que conocen casos de profesores aún menos preparados en facultades del interior.
Entonces recordé que este tipo de escándalos no es privativo de la carrera de Derecho. Había olvidado que hace poco se había denunciado que docentes y hasta coordinadores académicos de algunas de las más de veinte facultades de Medicina desperdigadas por el país tenían menos de tres años de egresados. Profesores y médicos amparados en títulos de verdad, reconocidos por el Estado, pero solo con una vaga idea de las ciencias médicas. Hay carreras de enfermería que se cursan solo los sábados. Habrá, pues, necesariamente licenciadas/os en enfermería con un hermoso diploma pero sin la menor idea de cómo se canaliza una vena.
El dichoso cartón con su nombre estampado se convirtió en una obsesión para quienes desean conseguir un trabajo, cobrar las curiosas “bonificaciones” por título académico o ascender de maestra a supervisora. Para ellos creció, ante la indiferencia del Estado, una industria de universidades de garaje dispuestas a otorgar títulos de lo que sea, siempre que el alumno pague la cuota.
Son universidades que más que rectores, tienen dueños; que invierten más en pasacalles y publicidad que en buenos profesores; que huyen de las certificaciones de calidad como de la misma peste. Son una estafa para el estudiante, pues un profesional universitario no se puede devolver como se devuelve un equipo con defectos de fábrica. Del garaje, directo al desempleo, dirá usted. Pero no siempre es así.
Porque logran infiltrarse en la política, en la función pública y en lugares insospechados. Puede que se cruce con ellos en el futuro. Puede tener la cara del juez que decida sobre su libertad o sus bienes; o la del profesional de la salud que lo reciba en una guardia de urgencias; o la del ingeniero o arquitecto que le construya alguna obra. Ante esto, las universidades más antiguas no tienen opinión. La Universidad Nacional está ocupada en elegir a su rector en ambiente de seccional colorada y la Católica anda descubriendo la facilidad con que se falsifican las notas. En fin, así nos va.