Están por ser las 12.00 del mediodía, cuando un equipo de ÚH llega sin previo aviso al local del albergue Casa Madre Tupãrenda, donde trabajan quince adolescentes que buscan reinsertarse en la sociedad, tras haber estado privados de libertad por diferentes delitos. “Yo soy el más antiguo del programa; llevo dos meses acá”, dice orgulloso Andrés Escurra (18), el único que puede dar una nota y posar para el fotógrafo, ya que cumplió la mayoría de edad.
Andrés lleva tatuado su fanatismo por el Olimpia hasta en sus dedos, donde se pueden leer las iniciales de la Barra de la O, de la que fue integrante.
Conoció la prisión por primera vez luego de unos disturbios, según él mismo cuenta, y pasó siete meses en el Centro Educativo de Itauguá. Luego, ya de adulto, tuvo una estadía de seis meses en la cárcel de Emboscada. “Es un infierno todo lo que pasé y no le deseo a nadie. Ahora estoy acá queriendo aprender un oficio para poder trabajar honestamente”, cuenta mientras explica que su rutina actual es levantarse a las cinco de la mañana, tomar un ómnibus desde San Lorenzo para llegar a las 8.00 en punto en Ypacaraí, donde construyeron su lugar de trabajo. “Estoy luchando por salir adelante; es una oportunidad grande para mí. Lo más grande que uno tiene es la libertad, el trabajo y la familia”, decía emocionado.
La limpieza y el orden sorprenden en el lugar, que desde el 1 de agosto comenzó a recibir a sus visitantes.
Los que acceden al programa, que son jóvenes que obtuvieron su libertad, tienen que adherirse a una serie de reglas de conducta como la puntualidad y el respeto a los compañeros.
DISCIPLINA. Los chicos pueden elegir la capacitación en distintos oficios como panadería, carpintería, trabajo en la huerta, entre otros.
Deben cumplir un horario de 8.00 a 18.00 horas y por su trabajo reciben un sueldo de aprendiz, que asciende a los 1 millón 100.000 guaraníes. “Este lugar no es de alojamiento; solo cumplen el horario de trabajo. Está demostrado que la reinserción se debe dar dentro del propio ambiente de los chicos. No podemos sacarlos del encierro y volver a meterlos en una burbuja. Ellos van a su casa y vienen a trabajar. De a poco se dan cuenta de que son aceptados y que ellos valen”, cuenta el padre Pedro Kühlcke, capellán penitenciario y responsable del programa.
El cura, que tiene mucha experiencia trabajando con jóvenes infractores, no esconde la realidad. Admite que en estos primeros dos meses tuvieron algunos inconvenientes como peleas o adolescentes que decidieron desertar por no soportar la disciplina. Pero sostiene que el saldo es positivo ya que a través de la vida digna que se les ofrece estas personas pueden lograr cambiar de vida y reinsertarse en la sociedad.