Nuestra mente apenas alcanza lo más inmediato, una felicidad a corto plazo. Incluso nos ocurre que no entendemos muchos asuntos humanos que, sin embargo, aceptamos. ¿No nos vamos a fiar del Señor, de su providencia amorosa? ¿Solo vamos a confiar en Él cuando los acontecimientos nos parezcan humanamente aceptables? Estamos en sus manos, y en ningún otro sitio podíamos estar mejor. Un día, al final de la vida, el Señor nos explicará con pormenores el porqué de tantas cosas que aquí no entendimos, y veremos la mano providente de Dios en todo, hasta en lo más insignificante.
Si ante cada fracaso, ante los sucesos que no sabemos discernir, ante la injusticia que nos subleva, oímos la voz consoladora de Jesús que nos dice: Lo que yo hago, tu no lo entiendes ahora. Lo entenderás más tarde, entonces no habrá lugar para el resentimiento o la tristeza. Ante los acontecimientos y sucesos que hacen padecer, nos saldrá del fondo del alma una oración sencilla, humilde, confiada: Señor, tu sabes más, en ti me abandono. Ya entenderé más tarde.
El Papa a propósito del Evangelio de hoy dijo: “Jesús, sé bien que la puerta es estrecha, que el camino es difícil. Veo mi vida y me entra un poco el miedo porque muchas veces prefiero mi comodidad.
«La Iglesia no nace aislada, nace universal, una y católica, con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. La madre Iglesia no le cierra a nadie la puerta en la cara. A nadie, ni siquiera al más pecador, a nadie, y esto por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre sus puertas a todos porque es madre».
( Del libro Hablar con Dios y http://es.catholic.net).