Reducir las tasas de interés al 26% como máximo en las tarjetas de crédito es una medida acertada. Toma en cuenta una situación que no puede ignorarse: el endeudamiento creciente de demasiados compatriotas.
Cambiando lo que se debe cambiar, las tarjetas de crédito son hoy lo que ayer fueron los yerbales: un mecanismo que convierte al deudor en un esclavo.
Es una práctica muy generalizada que, cuando una persona recibe una tarjeta de débito para cobrar su sueldo, el banco le regala una tarjeta de crédito; un auténtico regalo envenenado.
Ahora puedo comprar regalos de Navidad, aunque no tenga plata, decía una pobre empleada sin conocimiento de las finanzas.
Ella y miles de personas más quedaron endeudadas, y son el equivalente moderno de los mensúes de los yerbales.
Con el cuento de los intereses moratorios y punitorios, comisiones y otras triquiñuelas, esas personas pagan al banco muchísimo más de lo recibido, sin conseguir cancelar la deuda.
Las personas más perjudicadas son las más pobres: a una empresa solvente no le van a colocar préstamos con intereses del 50% o más.
Por supuesto, una vez que la ley quede aprobada y reglamentada, habrá que ver cómo se la aplica, que ya será tarea del Poder Judicial; de todos modos, el Legislativo ha hecho su tarea.
La ley no se va a aplicar, dicen sus detractores; ese no es un argumento.
Por desgracia, existen ladrones, violadores y homicidas, sin que eso justifique la liberalización de esos delitos.
La liberalización de las tasas de interés es la autorización de la usura, que el profeta Ezequiel consideraba un delito nefasto, junto con el homicidio y el robo.
No se pueden regular las tasas de interés, dicen algunos.
De hecho, siempre se las ha regulado; para arriba o para abajo, pero se las ha fijado.
Las primeras regulaciones comenzaron en Babilonia, unos dos mil años antes de Cristo.
Las leyes de la India y de Israel también las regulaban, al igual que el Imperio Romano.
La liberalización o desregulación de las tasas de interés, como tendencia internacional, comenzó hacia 1980, con la difusión de la ideología neoliberal.
En 1981, el estado norteamericano de Delaware desreguló los intereses para las tarjetas de crédito, créditos personales, créditos para comprarse autos; los demás estados le siguieron.
Las consecuencias se vieron en la crisis de 2008, más funesta para los de menos recursos, en los Estados Unidos y en el mundo. (Sobre el punto, véase el libro de Nicholas Shaxson, Las islas del tesoro).
El criterio ha cambiado en la actualidad: ya no se acepta sin reparos el neoliberalismo ortodoxo de la desregulación.
Está bien que el Paraguay lo haya percibido, para dictar una ley contra la usura.