Miremos a Cristo en nuestra oración y contemplemos también a quienes nos rodean. ¿Qué hemos hecho hasta ahora para acercarles hasta el Señor? Veamos la propia familia, el trabajo o el estudio, los vecinos, las personas que más o menos circunstancialmente encontramos en aquella afición que practicamos, en los viajes...
¿No habremos desaprovechado muchas ocasiones? ¿No nos habremos cansado? ¿No nos podrán decir un día que no les hablamos de Cristo, lo que realmente necesitaban?
El papa Francisco al respecto del evangelio de hoy dijo: “«También tengo que»... este «también tengo que» que pronunciaste con tus palabras me ilumina tanto. En verdad llevaste una vida de ininterrumpida entrega, de inmolación sin tregua, de continuo sacrificio.
Contemplo y vuelvo a contemplar tu vida y no veo sino un corazón que nunca supo qué significaba no amar –a no ser que lo experimentase pasivamente–, y cuánto dolor no te causó (y te causa).
Señor, no me cansaré de repetirlo y te doy gracias por sostenerme en esta ilusión: te pido un corazón semejante al tuyo, que sepa estimar las cosas con tu percepción, que sepa apreciar las situaciones con tu espíritu, mirar a las personas con tu perspectiva.
Dame un corazón que antes se canse de vivir para sí mismo, que de entregarse a los demás.
Un corazón que camine cada instante hacia la cruz, tal como el tuyo, hasta consumirse por amor...
«La Misericordia de nuestro Dios es infinita e inefable y expresamos el dinamismo de este misterio como una Misericordia “siempre más grande”, una Misericordia en camino, una Misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá, avanzando sobre las tierras de nadie, en las que reinaba la indiferencia y la violencia»”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y
http://es.catholic.net/op/articulos/6206/cat/337/curacion-de-la-suegra-de-pedro.html)