De los tantos adjetivos usados para calificar a la posmodernidad, una de ellas fue el de “moda”. En el campo de los académicos en ciencias sociales y las humanidades, se acostumbra usar dicha palabra para justificar el rodeo constante que se hace hacia un pensador en particular o corriente específica.
Se dice que tal o cual idea o autor están de moda; y no hay escuela, corriente o pensador que no pueda ser visto de tal modo cuando estaba en su apogeo y en boca de todos. Pero en el caso de la posmodernidad, como corriente filosófica, no creemos que tal adjetivo le haya hecho total justicia.
Aunque se puede constatar que la posmodernidad ya no es un tópico como lo fue en la década de los 80 y parte de los 90, no estamos de acuerdo en que haya sido una simple moda, al menos en el sentido de labilidad y superficialidad que atribuirse a los objetos que son denominados así.
El pensamiento, en general, y la filosofía, en particular, son mucho más cautas ahora en sus enunciaciones; solo algunos con tufo dogmático y escolástico siguen manteniendo un tono apodíctico. Y es que la posmodernidad, más que una moda, fue una tormenta, pues, dejó huellas indelebles en los discursos y prácticas posteriores, como lo hicieron en su momento el existencialismo, el marxismo, el estructuralismo y otras posiciones filosóficas.
La democracia, por ejemplo, como sistema político, es la que más se ha beneficiado de las ideas provenientes de la posmodernidad. Aceptar que antropológicamente somos seres que vamos construyendo por consenso nuestras verdades y valores es algo que se propone para poder estar en democracia y aceptar así nuestras falencias y las complejidades de la convivencia con lo diverso y lo distinto a mí.
Creo que culpar a la posmodernidad de los muchos males que nuestra sociedad sufre en estos días es darle más protagonismo de lo que tuvo en principio.
Más bien fueron los hechos que se iban dando los que alimentaban a la teoría en su afán por ser explicativa y entender lo que ocurría.
El pensamiento filosófico y las ciencias sociales siguen adelante a pesar de las críticas que los teóricos posmodernos asentaron en su momento. Pero ya no se comportan igual luego de la cachetada de humildad que significó aquella tormenta que movió la estantería y los cimientos de nuestras creencias más firmes.
¿Se equivocó la posmodernidad y exageró cayendo en poses y manierismos?
Sin duda que sí lo hizo, pero, ¿qué corriente se ha salvado de caer en estos pecados?
Seguimos buscando desde la contradicción que somos; al menos esa lección hemos aprendido.