“Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene”.
El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo. Y nosotros nos apoyamos en él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en aquel que me conforta. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El papa Francisco en una homilía dijo: “El evangelista describe la prueba afrontada voluntariamente por Jesús, antes de iniciar su misión mesiánica. Es una prueba de la cual el Señor sale victorioso y que lo prepara a anunciar el Evangelio del Reino de Dios. Él, en aquellos cuarenta días de soledad, se enfrentó a Satanás “cuerpo a cuerpo”, desenmascaró sus tentaciones y lo venció. Y en él hemos vencido todos, pero a nosotros nos toca proteger en nuestro cotidiano esta victoria.
La Iglesia nos hace recordar tal misterio al comienzo de la Cuaresma, porque ello nos da la perspectiva y el sentido de este tiempo, que es tiempo de lucha –en la Cuaresma se debe luchar– un tiempo de lucha espiritual contra el espíritu del mal (cfr. Oración colecta del Miércoles de Ceniza). Y mientras atravesamos el ‘desierto’ cuaresmal, tenemos la mirada dirigida hacia la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el maligno, contra el pecado y contra la muerte. He aquí entonces el significado de este primer domingo de Cuaresma: volver decididamente al camino de Jesús, el camino que conduce a la vida. Mirar a Jesús, qué ha hecho Jesús e ir con él.
Y este camino de Jesús pasa a través del desierto. El desierto es el lugar en el cual se puede escuchar la voz de Dios y la voz del tentador. En el ruido, en la confusión, esto no se puede hacer; se escuchan sólo las voces superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, donde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte”.
El papa Francisco dijo a los novios: “No tengan miedo a casarse”, y reivindicó el valor del matrimonio para “siempre”, al celebrar por primera vez en plaza San Pedro, del Vaticano, la fiesta de San Valentín, considerado el patrono de los enamorados.
El Pontífice aseguró que “las reglas” de la convivencia pueden resumirse en las palabras: “¿Puedo?, gracias, perdona” y sugirió a las parejas de 28 países cambiar una parte del Padrenuestro y rezar: “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”.
“Sabemos que no existe la familia perfecta, ni marido perfecto, ni esposa perfecta, ¡ni hablemos de la suegra perfecta!”, bromeó ante las jóvenes parejas que respondían con aplausos cada una de sus salidas.
“No terminemos nunca la jornada sin pedir perdón, es habitual pelear entre esposos: ¡qué vuelen platos!”, aseguró, pero insistió en que “el secreto del amor es no terminar nunca el día sin hacer la paz”. El Papa describió al matrimonio como “un trabajo artesanal, de orfebrería, de todos los días” y dijo que “hay que trabajar para que el otro crezca”.
“El hombre tiene la tarea de hacer más mujer a su esposa y la mujer, más hombre a su esposo”, precisó. Tras destacar la importancia de “la bendición de Dios sobre el amor” de los esposos, alentó a transmitirles a los demás que ese es “el origen y la razón de su alegría”.
(Del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal, http://es.catholic.net/op/articulos/13030/el-demonio-slo-un-mito.html y http://www.lacapital.com.ar/informacion-gral/No-tengan-miedo-a-casarse-les-dijo-el-Papa-Francisco-a-los-novios-en-San-Valentin).