Y, para más, todo esto queda envuelto en un sentimiento de que todo aquello sufrido fue inútil en este destrozado Paraguay por esos corruptos políticos que se merecen el “¡que se vayan todos!”.
En silencio me pongo delante de esta persona y no encuentro otra cosa que quedar en silencio.
Hizo lo que debió de hacer y por eso lo torturaron. Y ahora, el sentimiento de fracaso ante el estado terminal del Paraguay, por el que entregó toda su vida antes, es ya demasiado.
Pero el mundo sigue. Y todo esto se puede repetir. Y en la realidad se está repitiendo ahora y entre nosotros.
“Noches de tortura” es no tener ningún horizonte en la vida, con la indiferencia de los que tienen el poder para remediarlo; son los presos políticos condenados en una farsa de juicio; es la tortura real con los pobres en las comisarías policiales; es el campesino sintierra; también el indígena al que se la quitaron; es el bañadense amenazado de desalojo; es la falta de respeto a la mujer que, además, es usada como objeto de publicidad; son los miles de niños que están al margen de la educación; es la muerte prematura y el sufrimiento por falta de medicinas y de cuidados médicos; son las 300.000 familias del interior desesperadas sintierras, etcétera.
Todo esto deja graves huellas negativas, que pudieron ser evitadas por aquellos que se comprometieron al hacer esta Constitución y juraron cumplirla.
Conozco, escribo, siento todo esto y repito: mi única reacción válida es quedarme en silencio y luchar, con toda el alma, para que cese de una vez.