25 abr. 2024

Las mil y una noches de la Contraloría

Por Arnaldo Alegre

Onur Velázquez, debiendo muchos favores a unos cuantos amigos poderosos, llegó a la Contraloría y empezó a manejarla como si se tratase de una constructora de su propiedad.

Antes que controlar a las otras entidades, como es su responsabilidad, comenzó a descontrolarse, quizás presionado por sus amigos poderosos o porque creía que como era el contralor nadie le controlaba a él. Su descontrol fue mayor después de conocer a Sherezade Liz Paola Duarte, una funcionaria de la Contraloría sin mayores pergaminos.

Nuestra heroína era una damisela sometida a los vaivenes de una vida dura. Entre el gimnasio, la discoteca y las visitas al cirujano plástico, su día a día era una locura, para colmo una locura cara.

Sherezade nunca tuvo hijos ni enviudó. Tenía –eso sí– una enfermedad: la avaricia. Y un problema: carecía de mayores atributos y títulos para conseguir su propósito. Antaño quedó perdida en el montón en un concurso de Miss Paraguay. Ni siquiera podía jactarse de un título de Miss Fotogenia. Lo único que podía mostrar era a ella misma. Para algunos, eso era un argumento por demás contundente.

La desafortunada diva quizás no tenía títulos, pero sí amigos. Conocía a Burhan Oviedo Matto. Él era un poderoso señor conocido por defender el dinero, pero solo el suyo. Con el ajeno, era por demás generoso. Pero, claro, tampoco comía vidrio. Cuando Sherezade le rogó que le dé una desinteresada manito para ganar más dinero.

Burhan optó por lo más fácil y le dijo a Onur Velázquez –quien entre otras cosas debía seguir en el puesto– que le consiga un mejor cargo en la Contraloría.

El galán se quedó prendado y al ver su virginal currículum, la hizo su secretaria privada. Ni corto ni perezoso y por su irrefrenable deseo de dar amor, le propuso yacer con ella. Sherezade quiso reaccionar ofendida, pero ni ella misma se lo creyó. Pero tampoco era tonta, al menos en esos menesteres. Entonces, le contestó que no tenía problemas de estar con él, con una sola exigencia: primero debía escuchar un cuento que le iba narrar. Y así era noche tras noche. Incluso feriados y hasta cuando estaba de vacaciones.

Sherezade comenzaba su historia a las 5.30 y como Onur se quedaba profundamente dormido, pues al parecer no tenía mucho aguante, salía de compras, se iba a la peluquería y al gym. Volvía a las 23.15, acompañada de su perrito, para marcar tarjeta y alzarse con suculentas horas extras.

Posdata: Si no fuera verdad, hasta sería gracioso.

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