Durante su campaña electoral por la presidencia de la República, Horacio Cartes ya guardaba distancia de los dinosaurios del Partido Colorado y de las prácticas clientelistas de estos.
Quizá ese haya sido el gesto más significativo de alguien que generaba, más que nada, desconfianza y dudas. Particularmente por el currículum plagado de sombras que presentaba.
Hasta el más incrédulo de los ciudadanos se sintió descolocado cuando el neófito político declaró: “A mí nadie me maneja”, reafirmando su prescindencia de los dueños del Partido Colorado.
Es la agrupación política cuyos estatutos obligó a modificar, incentivo económico de por medio, para derribar el obstáculo de la exigencia de antigüedad de afiliación de 10 años para candidatarse por el partido a la presidencia de la República. Es importante no perder de vista esto.
Su discurso, en el que prometía “un nuevo rumbo”, cobró cierta credibilidad cuando, desafiando a la vieja maquinaria partidaria, voraz y autoritaria, nombró como ministro del Interior a un liberal y, encima, responsable de la lucha antidrogas hasta entonces.
Su provocación a los líderes del pasado del partido, asociados con la corrupción y el prebendarismo, se mantuvo hasta hace poco, al negarse a recibir a los presidentes de seccionales y otros líderes de base de la poderosa agrupación. Él despreció a los políticos del partido que le posibilitaron llegar a la primera magistratura.
Cuando días antes de su investidura presentó a su gabinete como una “selección nacional” también se ganó cierto beneficio de la duda. Más aún cuando resaltó que el suyo iba a ser un gobierno “incluyente para todos”.
Fue Cartes el que puntualizó que, con él, “el diputado será diputado, el senador será senador”, prometiendo de ese modo no incurrir en la misma práctica de otros presidentes de designar entre sus colaboradores a parlamentarios, votados para ejercer la legislatura y no otra función.
Durante la campaña electoral enfatizó su objetivo de valorar la meritocracia, de elegir a cada una de las ministras y cada uno de los ministros “en base exclusivamente a su honorabilidad y a su formación profesional”.
El empresario presidente también negó en más de una ocasión que aspiraba a la reelección, y reiteró que no se metería en las internas del Partido Colorado.
El sábado, en la convención de este partido, el presidente de la República corrió páginas y asumió sin ruborizarse que las diferencias que prometió marcar solo eran parte de un libreto y que, para él, las mentiras son parte de su discurso.
Se sacó la máscara para asumir que quiere ser reelecto, que está dispuesto a someterse a los colorados, que le da igual nombrar ministro a un diputado de desteñida trayectoria, y que su “nuevo rumbo” es solo más de lo mismo.