23 abr. 2024

La Virgen salteña que mueve a miles de paraguayos

Por Arnaldo Alegre

La mujer posa sus manos sobre el chico y él –que no tiene más de 10 años– empieza a llorar con fuerza mientras sus padres se recuperan a su lado del estado por el que quedaron postrados en el suelo segundos antes.

La mujer empieza a recorrer la extensa fila que espera ansiosa sus manos. El niño, sin embargo, no para de llorar; es más, lo hace con mayor intensidad. La mujer vuelve sobre sus pasos y toca de nuevo al chico. No hay mejora. Incluso algunos de los presentes escuchan gritos desgarradores. La situación hace que el ambiente se enrarezca.

Rápidamente cuatro sacerdotes, dos de ellos paraguayos, asisten en ayuda de la mujer y también ponen sus manos en el menor. A lo lejos se escucha un siseo que suena a un rezo coordinado. El niño sigue con lo que parece una lucha. Dos o tres minutos después –la tensión del momento hace que el tiempo sea difuso, inaprensible–, el menor retoma la calma con sollozos cada vez menos perceptibles. Sus padres escuchan en tanto a la mujer que les da consejos que pocos oyen, pero que para ellos parece ser algo sumamente trascendente. Sus rostros trasuntan desesperación mientras miran fijamente a la mujer. Ella, poco a poco, logra calmarlos. Ellos retribuyen los consejos con una sonrisa nerviosa en los labios y lágrimas a medio secar en los ojos.

paz. Este fue el único incidente que alteró la calma y el recogimiento que se vivieron en Tres Cerritos, en la ciudad de Salta, Argentina. En el segundo de los tres cerros (que dan también el nombre al barrio del oeste de la capital salteña que está a sus pies), la mujer, María Livia Galliano de Obeid –llamada casi siempre por sus cercanos la señora María Livia–, asegura que recibe la aparición de la Virgen María todos los sábados desde el 2001.

La denominada Virgen del Cerro se ha convertido en los últimos años en uno de los recurrentes centros de peregrinación de la feligresía católica paraguaya. Con base en los testimonios de connacionales sobre las “gracias” que obtuvieron tras visitar a la Virgen del Cerro, viajar más de 1.300 kilómetros es una de las más recientes y populares manifestaciones de fe de decena de cientos de compatriotas.

De marzo a diciembre parten a Salta de dos a tres tours por mes desde Paraguay. Cada peregrinación lleva un promedio de 130 pasajeros y los viajes son organizados por parroquias, agencias de viajes y creyentes particulares sin ánimos de lucro que, incluso, dan gratis el pasaje a personas, no necesariamente católicos practicantes, que ellos creen que necesitan de alguna “gracia misericordiosa de la Virgen”.

Hasta la Virgen. La comitiva paraguaya llega al santuario un poco después de las 8.00 de un sábado nublado y frío de mayo. Estaba compuesta por niños, jóvenes, adultos y ancianos distribuidos en dos ómnibus de larga distancia. Para unos era el tercer viaje; para otros, el décimo. Para una gran mayoría, el primero. De estos, a unos les movía la piedad y, a los menos, la curiosidad.

Estacionaron los micros en la base del cerro del medio. Había ya una docena de ómnibus y una treintena de autos. Y eso que es un día tranquilo, aseguran los conocedores. Una vez al mes la señora María Livia da una conferencia y allí la concurrencia hasta puede triplicarse, sostienen otros.

Una de las organizadoras reúne al grupo y hace una última exhortación. “Esta es una peregrinación. Vayan en silencio pensando en los favores que pedirán a la Virgen”, aclara. En fila india los más saludables suben los 350 metros del cerro por una serpenteante picada. Los de mayor edad lo hacen por la ruta en micros de mediano porte.

La vía pedestre es escarpada y está jalonada de rocas y ladeada por una muralla irregular de árboles de donde cuelgan rosarios, algunos con la tricolor anudadas.

En la cima del cerro hay un anfiteatro que mira el Valle de Lerma. Detrás del hemiciclo está la ermita con la imagen de la Virgen. Los 1.500 peregrinantes presentes se ubican en las gradas de madera o en el piso. En medio, un cuadro de la Virgen.

Al mediodía llega María Livia en un auto blanco, ataviada con una pollera larga verde y un camperón negro con capucha. La música sacra en vivo se intensifica. Una de las servidoras, con una pañoleta celeste, pide que se siente a la gente que se levantó para mirar a la recién llegada. Otras servidoras colocan un reclinario acolchado. María Livia llega y saluda a los sacerdotes. Después se coloca a la diestra de la imagen. A su lado se ubican en doble fila una docena de servidores y detrás mismo parado queda un hombre que hace de seguridad.

Este coloca la capucha a María Livia y empieza el rosario. Ella reza para sí ladeándose suavemente de vez en cuando. Unos jóvenes ubicados con el grupo musical a la derecha de los asistentes dirigen por micrófono el rosario. Cada vez que culmina una parte de la oración se leen algunas de las revelaciones que María Livia asegura le realizó la Virgen.

INTERCESIÓN. Termina el rosario y se retira la imagen. María Livia se ubica en medio del anfiteatro, de frente a la ermita, y comienza la llamada ceremonia de intercesión ejecutada como, ellos dicen, “por el instrumento humano elegido por Dios”. Cuatro sacerdotes se ponen frente a ella y les reza tocándoles el hombro. Casi inmediatamente tres de los cuatro se dejan caer y son depositados en el suelo por servidores.

Después, María Livia se dirige a los enfermos. Pone las manos a todos. Unos entran “en descanso”, otros no. Los servidores retiran inmediatamente a los dolientes y hace formar en filas a los que estaban en las graderías. Muchos “descansan”, otros lloran o quedan en profunda meditación. También hay quienes solo guardan un respetuoso silencio.

Son más de las 16.00 y casi todos los asistentes, incluidos los servidores, reciben la intercesión de María Livia, quien cierra el encuentro con un rezo silente. Luego se retira.

“No se sientan mal si no entraron en descanso. Ya se darán cuenta de la gracia que llevan de la Virgen”, dice una de las organizadoras mientras el grupo baja del cerro.

Ya de regreso en el micro, un joven confiesa que cuando le tocó María Livia sintió un “tortazo de rosas”.

–¿Sentiste algo? –me preguntó. Por respeto, pero con sinceridad, atiné a decir: –Paz.

Al día siguiente regresamos a Asunción.

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