Una de las razones por las que algunos países han salido de la pobreza y han avanzado significativamente en muy corto tiempo es que apostaron como absoluta prioridad al sustancial mejoramiento de la educación en todos sus niveles.
Los llamados tigres asiáticos –Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwán– han salido de la pobreza para alcanzar hoy un desarrollo impensado gracias a que tomaron la decisión política de destinar recursos a un proyecto de formación de excelencia. Sus universidades son el semillero fecundo del vertiginoso progreso.
Por eso, en nuestro país, la clase dirigente debe entender –y actuar en consecuencia– que solo invirtiendo en la educación de niños, adolescentes y jóvenes se podrá avizorar un horizonte más digno para todos.
Desde esa perspectiva, la UNA es un engranaje estratégico trascendental. Por ello, esa institución tiene que abandonar para siempre sus antiguos lastres y diseñar en su Estatuto un modelo de universidad que sirva con eficacia a los estudiantes y, por lo tanto, a la sociedad paraguaya.
La rebelión estudiantil ha movido el piso de autoridades corruptas solo interesadas en su beneficio, no en el de los alumnos. Fruto de ello es que se ha empezado el proceso para estudiar una nueva carta orgánica que determinará el rumbo de la institución en los próximos años.
La responsabilidad de los estamentos representados en la Asamblea Universitaria es inmensa. Allí no deberían caber las ansias de poder, los sectarismos ni cualquier otro interés ajeno a la búsqueda de un nuevo tiempo para la UNA.
La puja por la representación igualitaria de todos los sectores es una de las reivindicaciones de mayor peso para los estudiantes. Los asambleístas de los otros estamentos tendrían que dejar de lado sus caprichos para dar luz verde a este planteamiento. Si no lo hacen, ratificarán que carecen de voluntad para que los estudiantes sean también protagonistas de su formación.
La propuesta estudiantil de que los miembros de los órganos de gobierno no ocupen cargos de confianza y que haya una sola reelección –consecutiva o alternada– es también muy atendible.
En esos puntos, sin embargo, no se agota el Estatuto, que es un todo con un lenguaje propio que indicará hasta qué punto hay verdadero deseo de cambio entre los que tienen en sus manos la disyuntiva de cambiar la historia de la UNA o condenarla a seguir siendo bastión del clientelismo, la desidia, la mediocridad y la corrupción.
Es obligación de los asambleístas terminar cuanto antes el estudio del Estatuto. Y hacerlo de tal modo que responda a las expectativas de la sociedad que quiere una universidad que sirva a sus hijos y al país, por lo tanto, con madurez y calidad.