En mayor o en menor grado, 3.500.000 hectáreas de soja se ven afectadas por la roya en el Paraguay, según el señor Francisco Regis Mereles, presidente de la Senave. El problema se debe –según el funcionario– a la baja eficacia de los agroquímicos, que obliga a usarlos en mayor cantidad, sin que con eso pueda garantizarse el control de la peste. Hasta el momento, los costos para la fumigación contra la roya llegan a casi 295 millones de dólares (Última Hora, 26/3/15, página 20).
El rendimiento de los sojales ha descendido: en algunos casos, solo se obtienen 800 kilos por hectárea; el año pasado se llegó a un promedio de 3.000 kilos por hectárea. Esta caída de la productividad se debe al clima y a las plagas que, como la roya, reducen el rendimiento de los cultivos. Este año, el precio internacional de la soja anda por los 367 dólares la tonelada; hace dos años llegó a 800 (ÚH, 23/2/15, p. 11).
Lo anterior me recuerda la conferencia dada por Jacques Testart en 2001 (estuve en la conferencia, pero no recuerdo la fecha). Testart, científico distinguido, fue el pionero de la manipulación genética en Francia, y luego cambió de postura, considerando que la manipulación puede tener consecuencias imprevisibles y negativas.
En su disertación, el visitante dijo que los organismos transgénicos no son garantía de productividad agrícola porque, al cabo de algún tiempo, surgen plagas que los dañan o destruyen; por lo visto no estaba descaminado.
La caída de la productividad y el precio puede llevar a la caída de los sojeros, que puede afectar a los bancos; a la larga, pagarán los ahorristas.
Al margen de lo económico, ¿qué consecuencias tiene para la salud humana el uso de los agroquímicos en los cultivos transgénicos?
Las cantidades son cada vez mayores, porque las pestes desarrollan resistencias; además, se los debe mezclar: al glifosato, el pesticida más usado, ahora se le agregan el 2,4-D y el paraquat, conocidamente tóxicos. Pero limitémonos al glifosato; al ponerlo en venta, la empresa Monsanto lo declaró tan inofensivo como la sal de cocina; después, finalmente, admitió que era ligeramente tóxico.
Según una reciente investigación de la Organización Mundial de la Salud, existen pruebas suficientes de que el glifosato provoca cáncer en los animales y pruebas limitadas de que lo provoca en los seres humanos y además modifica el ADN (www.thelancet.com/oncology 20/3/15); otros estudios le asignan mayor toxicidad.
Aceptando que no sea tan tóxico, ¿cómo se emplea el glifosato?
En el Paraguay, el Gobierno no lo sabe, según admiten funcionarios públicos (ÚH, 28/1/2014, p. 12).
No saber no impide investigar, pero la universidad no se esfuerza mucho.
La doctora Stela Benítez Leite presentó un proyecto sobre las consecuencias de las fumigaciones en el ADN de los niños, pero no se lo aprobaron.
Más que en una deficiencia del proyecto o de la institución, esto hace pensar en el propósito de escamotear la cuestión.
En setiembre del año pasado, causó malestar en círculos de la UNA la celebración de un congreso sobre plaguicidas y salud humana; un grupo de jóvenes indignados (o indignantes) pidió la destitución del decano de Medicina por haberlo autorizado.