Paraguay es como esas películas vueltas a hacer, un eterno remake.
Volver a lo que siempre fuimos y no escapar del sino trágico que guía el destino de muchos.
Nada recrea más ese sentimiento que los vuelos al exterior. Casi todos de madrugada. Se congregan en el aeropuerto con rostros cetrinos, cansados y con cierto dejo de culpabilidad sobre quienes osan partir de esta isla donde el futuro solo puede alcanzar a ser presente.
Salimos y entramos con nocturnidad y alevosía. Es tal vez uno de los pocos países donde la gente agasaja por la partida de alguien y en masa reciben al que retorna.
Paraguay es un país donde el cambio más radical es siempre de 360 grados como afirman muchos de manera entusiasta y reiterada desde la política.
LIMPIEZA. Los que van y retornan en poco tiempo vuelven muy pronto a acostumbrarse a los peores hábitos que habían condenado viviendo afuera. La limpieza es una de ellas.
Ingresar al país por tierra ya nos marca desde el Brasil o la Argentina. Pareciera que nos gustase vivir en la decadencia y poco hiciéramos para cambiar las cosas finalmente como dice la canción: “Nuestras costumbres no tienen nada que se parezcan a otra nación...”.
MIRAFLORES. La semana pasada estuve por Perú admirando algo tan básico como que todas las veredas lucieran limpias, ordenadas y homogéneas.
Pregunté al alcalde de Miraflores –uno de los distritos más distinguidos de Lima– y me comentó que lo público se inicia desde las veredas y que su construcción y mantenimiento están a cargo del municipio desde hace muchos años.
El costo se lo cargan a los frentistas como lo hacen quienes tienen empedrados o calles asfaltadas. Este simple hecho de cortesía urbanística es un diferencial enorme entre la civilización y la barbarie, como lo calificaría Sarmiento.
Nadie en este país considera la vereda un punto de partida del desarrollo. No hay un solo intendente que ponga eso en su programa de gobierno.
Aquí hemos hecho de las veredas una buena metáfora del Paraguay. Signo de agresividad a las personas normales, y un verdadero vía crucis para el discapacitado o persona de edad.
METROBÚS. En las nuestras se han privatizado para la venta de electrodomésticos como en la avenida Eusebio Ayala, donde los frentistas privatizadores se oponen con uñas y dientes al progreso del Metrobús, por ejemplo.
En algunas hay quienes han colocado escaleras caracol que conducen a cuartos ubicados en un segundo piso, y están quienes han hecho de ellas espacios de comercialización de comida. Todo menos vereda para el desplazamiento de la gente.
A algún intendente, de los muchos que llegan al cargo sin ninguna idea en la cabeza y aún siguen deshojando margaritas, habría que pasarle la idea de hacer veredas uniformes con lo que probablemente queden en el mármol de la historia por tamaña innovación y respeto al ciudadano.
El alcalde limeño se lamentaba que a veces hacen las obras de las calles antes que las veredas, lo que demuestra cuál es el orden de importancia que tienen los administradores hacia sus mandantes.
“Volver con la frente marchita...”, como diría el tango, es una costumbre arraigada entre nosotros que debiéramos cambiar.
La revolución de las veredas puede ser un buen comienzo. ¿Habrá algún revolucionario entre nosotros?