Para conocer cómo es realmente cierto tipo de paraguayo que aspira a ejercer algún poder político —presidente de la República, diputado, senador, intendente, gobernador o concejal— hay que ponerlo en trance electoral.
Si alguna vez tuvo principios, intentó ser recto y se esforzó para decir la verdad, puesto en carrera proselitista tirará a la basura sus convicciones y será un Judas para sus amigos, correligionarios y favorecedores.
No irá muy lejos para aliarse con sus enemigos —a los que, por precaución, invocará como “adversarios ocasionales” porque sabe que en política “el mundo es una rueda ojeréva mbeguekatu” y que mañana podría estar en filas de los que alguna vez se ubicaban en la vereda de enfrente, en el bando contrario—, aguzará su ingenio y se valdrá de cuanto medio disponible encuentre.
Uno de los recursos abulta-votos tradicionales —fruto del ingenio que se despereza en tiempos electorales— es la resurrección de la carne antes, mucho antes, del Juicio Final que menciona la Biblia. Por eso, muchos fallecidos no se preocupan demasiado por lo que les espera en el más allá. “Ãgãnte oguahêne vóto ára”, se dicen a sí mismos y descansan en paz por algún tiempito con la certeza de que alguna vez llegará la hora en que les despierten para ir a sufragar en las urnas.
No harán nada extraordinario para volver al “valle de lágrimas”, porque para el retorno habrá operadores políticos que se encargarán de hacerles probar una bocanada de aire fresco y les darán de comer una empanada el día de las elecciones para no ir a votar con el estómago vacío.
El hambre suele ser mal consejero. Y, al borde de la urna, hasta puede llevar a votar por el candidato contrario al de los que hacen efectivas las resurrecciones. La prudencia —y, seguramente, alguna experiencia cosechada en comicios anteriores— les aconseja desechar el prejuicio de que los muertos no comen.
Los muertos que la vida mató —de diversos modos— no se parecen a aquellos de Comala que pueblan la novela Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo. Son menos complicados, más simples si se quiere: tan solo votan y, mansitos, vuelven a sus tumbas a esperar su siguiente resurrección.
En estos días, la Dirección General del Registro Electoral trabaja con la Dirección del Registro del Estado Civil para garantizar que los muertos no resuciten en las elecciones municipales del año que está a punto de estrenar su primer día.
Desde que Stroessner dejó de ser dictador, la tarea es siempre la misma: borrar del padrón a los que ya no toman terere ni miran la cara gris de un día lluvioso.
Aun así, obstinadamente, los muertos siguen resucitando en cada elección.