En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar –como los apóstoles– en las enseñanzas divinas.
“Me has escrito: ‘orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’ -¿De qué? De él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio”.
“En dos palabras: conocerle y conocerte: ‘¡tratarse’” .
El papa Francisco a propósito del Evangelio de hoy dijo “¿Creéis que Dios no nos escuche, si lo rezamos con insistencia? La expresión de Jesús es muy fuerte: ‘Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
‘Gritar día y noche’ ¡hacia Dios! Nos toca esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿por qué Dios quiere esto? ¿Él no conoce ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene ‘insistir’ con Dios?”
Esta es una buena pregunta, que nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a rezar con insistencia, no porque no sabe qué necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, “él escucha siempre y conoce todo de nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con él al lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia y también su ayuda”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net/op/articulos/14344/vete-que-tu-hijo-vive.html).