“Jesús ora en el huerto: ¡Pater mi (Mt. 26, 39), Abba, Pater! (Mt. 14, 36). Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aún hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la santísima voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por compañero de camino al sufrimiento?”.
En una homilía del papa Francisco en la Casa de Santa Marta, en referencia al santo evangelio según San Juan 10, 31-42, dijo: “Él nos hace conocer al Padre, nos introduce en esta vida interior que él tiene. ¿Y a quién revela esto el Padre? ¿A quién da esta gracia? ‘Te alabo, oh Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y eruditos, y las has revelado a los pequeños’”.
Solo a aquellos que tienen el corazón como los pequeños, que son capaces de recibir esta revelación, el corazón humilde, manso, que siente la necesidad de orar, de abrirse a Dios, se siente pobre; solo a aquel que va adelante con la primera Bienaventuranza: los pobres de espíritu.
Muchos pueden conocer la ciencia, la teología también, ¡muchos! Pero si no hacen esta teología de rodillas, es decir, humildemente, como los pequeños, no entenderán nada. Nos dirán muchas cosas, pero no entenderán nada. Solo esta pobreza es capaz de recibir la revelación que el Padre da por medio de Jesús, a través de Jesús. Y Jesús viene, no como un capitán, un general del ejército, un gobernante poderoso, no. Él es humilde, es manso, y ha venido para los humildes, para los mansos, para salvar a los enfermos, a los pobres, a los oprimidos.
(Frases extractadas del libro, Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://www.regnumchristi.org/espanol/articulos/semanal.phtml)