Ante todo, que sea la palabra de Jesús. Por eso leemos el Evangelio que, luego, lo vamos a explicar.
Un consejo para los sacerdotes que lo van a comentar: “Lo que se espera de ellos es esa palabra humilde, sencilla, realista, extraída del Evangelio, meditada personalmente antes en el corazón y pronunciada con el Espíritu de Jesús” (Pagola).
En segundo lugar, ¿cómo adaptamos ese episodio de Jesús a las necesidades de los oyentes? ¿Qué les hablaría Jesús en esta misa a ellos?
Ante todo sería breve. También concreto. Les haría intervenir para hacerlo más interesante. Y, sobre todo, no hablaría de muchas cosas, sino de una sola.
Jesús sabe que hablando de mucho no queda nada, pero que insistiendo en una sola cosa y sacando con los participantes en la misa una conclusión para llevarla a la práctica, eso le queda a nuestro pueblo, le gusta, resuelve sus dudas y volverá el domingo que viene para seguir aprendiendo.
El Evangelio del domingo pasado tenía tres temas: el de cómo debe de ser la predicación, que he tocado y dedico a los sacerdotes.
Segundo, el de cómo debemos sentirnos culpables, pero ante la misericordia de Dios.
Y el tercero, aclarar lo que es el pecado y que es contra Dios, porque en el fondo es contra nosotros y nos daña.
Aquí viene el recordar que Dios quiere nuestra felicidad humana y no quiere nuestro daño.
De estos tres temas elija uno y haga el esfuerzo con pedagogía para que nuestro pueblo lo entienda.
Jesús era un gran pedagogo, por eso el que vaya a tener la homilía, que haga oración como Jesús para aprender cómo Él les hablaría.
Hablar a nuestro pueblo en la misa es una gran responsabilidad.