Es interesante cómo se desarrolla el proceso de idas y vueltas entre manifestantes estudiantiles y parte de la ciudadanía en relación a sus inquietudes sobre calidad educativa, y los interpelados y sus respuestas. Los que dan la cara y los que la esconden, digo.
Si hay algo que reclamar con más fuerza en esta situación, incluso más grave que el derroche de corrupción que desbordan varias administraciones de la res pública es la poca monta de quienes como adultos deberían pararse de frente ante esta realidad.
De más está decir que estos pedidos de cambio son una excelente oportunidad educativa en sí. Si las preguntas y exigencias de los alumnos son generales, los adultos deberían estar en condiciones de responder con precisión. Si la emotividad amenaza con romper las vallas del respeto mutuo, la razón y la razonabilidad deben devolver cordura a reclamos y respuestas.
Diálogo es doble vía, es hablar y escuchar también, sin chantajes, pero, sobre todo, es comprender que el otro es un bien en sí y que el factor más importante no es el estado, ni el cargo, ni siquiera es el presupuesto, ¡sino las mismas personas involucradas!
Para los estudiantes este desafío de dignificar incluye el método de la protesta. El escrache, por ejemplo, vale en sitio y en condiciones de civilidad, el hogar familiar, por ejemplo, no lo es. Para las autoridades, decir que los estudiantes son ahora más que nunca parte de sus preocupaciones no debería reducirse a la simple participación en la “mesa técnica” o del presupuesto. Se trata más bien de dar garantías de madurez, autocrítica y confiabilidad. Y que cada uno haga su parte.
El gran paso hacia la sociedad y la educación que esperamos pasa por el ejercicio sano de la adultez. Esta condición, adquirida y pulida con educación de calidad, la de saber manejarnos como seres responsables, pasa por todos los detalles, desde la elección de los textos educativos que formarán parte del kit escolar (y aquí pedagogos y padres deben dar la talla más que “los criterios” de los alumnos o de algunos aduladores de turno), la guía educativa, un sano ejercicio de poder representativo, las decisiones en vistas del bien común, la humildad de reconocer los errores y de encontrar vías para recomenzar.
Finalmente, rescatemos siempre de los discursos y jaleos oportunistas o no, aquello que nos ha movido desde el principio. ¿Qué es lo que nos cansa en el fondo? ¡El infantilismo ciudadano! No caigamos de nuevo en él. Acá el rescate de los adultos es la clave y conlleva una gran promesa de cambio positivo. No la reduzcamos.