Para una mirada exitista de la vida, con todo ese caudal de mensajes proactivos del famoso “si querés, podés”, también para esas recetas superficiales del individualismo narcisista o un poco gastadas del “enfoque de género”, es decir, de la lucha cruel por lograr una compensación de las “asimetrías”, donde todo se reduce a la puja por el poder económico, político o hasta conyugal y donde se pierden o esconden por temor u horror a la derrota los elementos más sustanciales y lábiles de nuestra experiencia de vida, es impensable hablar de los bajones, de las limitaciones, de las fragilidades, como estados de gracia, es decir, como dones que despierten agradecimiento y que posean cierta belleza.
Mirar los desajustes o trastornos sufridos en ciertos periodos de nuestra vida como medios de aprendizajes eficaces y como formas de crecimiento espiritual es cosa de gente muy fuera de corriente. Esa gente que ciertamente existe y ayuda (recuerdo al padre Aldo Trento, por ejemplo), pero cuyo sentido común e inteligencia no resultan agradables a nuestro monótono pensamiento único y políticamente correcto, debido a su enorme libertad y “desajuste” ideológico. Ejercer la libertad de conciencia y de expresión es considerado un lujo, una extravagancia en un mundo donde somos medidos por la apariencia y estamos expuestos constantemente a la crítica por nuestras debilidades.
¿Qué ventaja podría tener pasar por una depresión u otro trastorno conductual? Pues, sí, la de tener que salir de la corriente que arrastra sin reparos conciencia, libertad, educación, cultura, individualidad creativa, valores, sentido del bien común en un viscoso y desagradable sistema masificado y trivial. Enfocar este trance vivencial como un regalo de la vida para tomar distancia y recomponer la historia, rescatando para ello lo esencial de uno mismo, es realista y razonable, aunque a veces doloroso.
Qué pena leer en el diario que muchas almas, probablemente sensibles, inteligentes, sedientas, mal enfoquen sus estados depresivos y, al no encontrar satisfacciones convencionales a sus deseos, empujadas muchas veces por las presiones ambientales, terminen por agredir, enfermar o hasta autoeliminarse, por no encontrar el sentido a lo que nunca nadie les ha ayudado a mirar como una gracia.
Sin embargo, la depresión y otros trastornos muy comunes de nuestros agitados días constituyen una oportunidad para rescatar nuestra humanidad de la esquizofrenia de los esquemas tan aceptados de éxito exterior y putrefacción interior que son llevados por muchos con una apariencia mentirosa de buen estado anímico permanente.
Hay que tener coraje para enfrentar esto y desde esta columna quiero dar ánimo a todos los que estén pasando por este desafío. No estamos solos.