La humildad es la primera condición para creer, para acercarnos a Cristo. Esta virtud es el camino ancho por el que llega la fe y también el medio para aumentarla. La humildad nos capacita para hacernos entender por Jesús.
Os digo que ni aún en Israel he hallado tanta fe. ¡Qué elogio tan grande! ¡Con qué alegría pronunciaría el Señor estas palabras! Meditemos hoy cómo es nuestra fe y pidamos a Jesús que nos otorgue la gracia de crecer en ella, día a día.
San Agustín enseñaba que tener fe es: «Credere Deo, credere Deum, credere in Deum», en una fórmula clásica entre los teólogos. Es decir: creer a Dios que sale a nuestro encuentro y se da a conocer; creer todo lo que Dios dice y revela, las verdades que comunica en ese encuentro personal; y, por último, creer en Dios, amándole, confiar sin medida en él. Progresar en la fe es crecer en estas facetas.
El papa Francisco, al respecto del evangelio de hoy, dijo: “Un cristiano puede llevar adelante las tribulaciones y también las persecuciones confiándose al Señor. Solamente él es capaz de darnos la fuerza, de darnos la perseverancia en la fe, de darnos esperanza.
Confiar al Señor algo, confiar al Señor este momento difícil, confiar a mí mismo al Señor, confiar al Señor a nuestros fieles, nosotros sacerdotes, obispos, confiar al Señor nuestras familias, nuestros amigos y decirle al Señor: ‘Cuida a estos que son tuyos’.
Esta es una oración que no hacemos siempre, la oración en la que confiamos algo o alguien: ‘Señor te confío esto, llévalo tú adelante’, es una bella oración cristiana. Es la actitud de la confianza en el poder del Señor, también en la ternura del Señor que es Padre.
Él no decepciona nunca. La tribulación nos hace sufrir pero el confiarse al Señor da la esperanza y de ahí surge la tercera palabra: paz”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net/op/articulos/6270/cat/337/senor-no-soy-digno-de-que-entres-en-mi-casa.html)