28 mar. 2024

La “escuela de los olvidados”, a la que van los niños que ya no quiere nadie

Guatemala, 9 feb (EFE).- Hay en Guatemala una escuela a la que sólo asisten los chicos a los que ya no quiere nadie, a los que la pobreza y la violencia han expulsado del sistema educativo. Es aquí, en la “escuela de los olvidados”, donde algo más de un centenar de críos huyen del destino que les ofrecen las bandas pandilleras.

Fotografía de un grupo de niños, mientras juegan en la sede de la asociación "Guatemaltecos Extraordinarios" que ayuda a niños y jóvenes en riesgo de pandillas en la Ciudad de Guatemala (Guatemala). EFE

Fotografía de un grupo de niños, mientras juegan en la sede de la asociación “Guatemaltecos Extraordinarios” que ayuda a niños y jóvenes en riesgo de pandillas en la Ciudad de Guatemala (Guatemala). EFE

A sus 19 años, Rudy está cansado de luchar contra sí mismo y contra un entorno de peleas, insultos y odio. Casi todos en esta zona de la capital, en los asentamientos chabolistas del basurero, están hartos de sí mismos y de los demás. Sólo saben odiar.

“Necesitan sentirse aceptados”, explica a Efe Ramitis García, psicólogo de la asociación “Guatemaltecos Extraordinarios”, y por eso, las bandas pandilleras, como la “Mara Salvatrucha”, se acercan al barrio: saben que aquí van a encontrar chicos dispuestos a sumarse a su reinado del terror.

La mayoría empieza siendo todavía unos críos que pronto cambian la marihuana por el crac y las peleas por la delincuencia. Entonces son expulsados de la escuela y encaminados a un mundo que sólo entiende el lenguaje de la violencia.

“Somos el último eslabón antes de acabar en la calle”, la última oportunidad para estos chicos, apunta Juan Carlos Molina, quien lleva más de una década trabajando con estos grupos en riesgo de exclusión social.

Hoy, la escuela que gestiona su organización, ubicada a unos metros del basurero, acoge a 135 jóvenes de entre 7 y 20 años, donde los alumnos no solo aprenden materias, sino que los chicos aprenden a entenderse a sí mismos. “A sacar la basura” de su interior, subraya Molina, porque “un delincuente no goza de estar matando”.

El centro cuenta para ello con un especialista, un joven que como ellos ha recorrido el camino de la violencia y la delincuencia de las bandas organizadas. Es él quien les enseña a enfrentarse a sus miedos, a pelear contra el reflejo cóncavo de sí mismos.

“Yo era una persona solitaria, que estaba siempre a la defensiva y molestando. Hacía daño a los demás. Maltrataba a los maestros”, reconoce Rudy, quien llegó hace dos años al centro. Poco a poco fue abriéndose, confiando en los demás hasta que pudo “sacar todo lo que tenía dentro”.

A día de hoy, Rudy ya no es aquel Rudy. Tiene un empleo y se ha ido a vivir con un amigo a su propio piso, pero sigue “ayudando a su familia”, a sus 7 hermanos y sus padres.

Con estos, especialmente con su progenitor, la relación ha mejorado mucho: “Ahora podemos hablar y convivir”. La semana pasada celebraron todos juntos su fiesta de cumpleaños.

En la “escuela de los olvidados” la educación va más allá de las aulas, es un proyecto que trabaja con las familias, principalmente con las madres. “Tratamos de empoderarlas”, enfatiza Molina.

En la vida alrededor del basurero apenas pueden lograr entre 15 y 25 quetzales (1,9 - 3,2 dólares) al día, una cantidad insuficiente para mantener a sus hijos. Es entonces cuando la pobreza arranca su círculo vicioso que deja a los menores fuera de la escuela y en manos de las bandas callejeras.

De la mano de “Guatemaltecos extraordinarios”, 4 familias han encontrado ya un empleo fuera del basurero. Es el primer paso para romper el círculo, después es necesario dialogar, cerrar heridas, aprender a perdonar. “El rescate familiar”, del que habla Molina.

Cuando los niños se sienten a gusto en casa, esto se nota también en el aula: “Cuando llegan, muchos tienen falta de amor, de atención”, advierte Walter Sánchez, quien a sus 20 años se ha convertido en uno de los profesores más queridos de la escuela.

En su clase, convertida en un pequeño salón familiar en el que esta mañana se dibujan montañas y soles que no dejan de brillar, los niños han aprendido a abrazar.

“Es un síntoma de que van en el buen camino”, de que podrán esquivar la violencia, porque estos niños son “los pandilleros diez años antes” de ser pandilleros. Y sólo los puede rescatar la “escuela de los olvidados”.

Pablo L. Orosa

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